[Crítica] El Niño y La Garza de Hayao Miyasaki

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Luego de alzarse con el Globo de Oro a la Mejor Película de Animación, llega a los cines la nueva pelicula del creador de Mi Amigo Totoro, El Viaje de Chijiro, entre otras.

Como en la escena inicial de El Niño y la Garza, nuevamente el cine se ilumina con la resplandeciente oportunidad de dar la bienvenida al regreso de uno de los grandes titanes de la historia del arte cinematográfico. A sus 82 años, Hayao Miyazaki emerge de una década de retiro para presentar su más reciente obra, un desgarrador testimonio de un creador obsesionado por la fugacidad del tiempo y el eco de nuestras decisiones en el intrincado rompecabezas de la vida.

En esta ocasión, Miyazaki nos conduce a través de la travesía de Mahito, un audaz niño cuyas motivaciones para embarcarse en una aventura se desentrañan gradualmente a medida que la narrativa se desenvuelve. Siguiendo una estructura aparentemente clásica, la trama se despliega y deconstruye entre los velos del terror y la belleza, convirtiendo el entorno en un ente vivo que desencadena conflictos que exploran desde las sombras del terror militar hasta la luz de los lazos humanos y la complejidad del amor.

La película se presenta como un despliegue de imágenes impactantes que, a partir de la segunda hora, cautivan la mirada del espectador. Este ejercicio cinematográfico, característico del Estudio Ghibli, fusiona elementos experimentales y surrealistas, manteniendo una coherencia narrativa desde el inicio. Esta vez, el mundo construido por Miyazaki está repleto de homenajes y guiños a la rica filmografía del estudio, reinventándose constantemente. La sensación de asombro ante lo desconocido se convierte en un deleite para la audiencia. Mientras la garza adopta una presencia terrorífica que simboliza la pesadilla que envuelve a Mahito y, de manera simbólica, refleja el estado mental del propio creador.

Conviene no contar mucho más de la película y sorprenderse, solo rescatar algún detalle no menor, como la banda sonora, a cargo de Joe Hisaishi, la cual se erige como el alma de la narrativa, generando una montaña rusa emocional que transmite empatía, dolor, alegría y asombro, manteniendo una constante sensación de peligro. De esta forma, El Niño y La Garza es otra obra maestra con una sensibilidad admirable, que no solo refleja el amor de Miyazaki por el arte, también se convierte en una oda al cine y a la vida misma.

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