Este jueves se estrena en cines la nueva película de John Crowley, director de Boy A y Brooklyn, protagonizada por Andrew Garfield y Florence Pugh.
El tiempo que tenemos explora la historia de Almut (Florence Pugh) y Tobias (Andrew Garfield), una pareja unida por experiencias intensas: un accidente que marcó el inicio de su relación, luchas para concebir y los desafíos del día a día. Florence, chef a cargo de su propio restaurante, y Andrew, empleado en una empresa de cereales, enfrentan una crisis aún mayor cuando deben decidir si apostar por una última esperanza de sanación o vivir intensamente lo que les queda de tiempo juntos.
La película acierta al apostar por la química entre Florence Pugh y Andrew Garfield, quienes logran transmitir una conexión emocional genuina. Pugh deslumbra con su carisma natural y energía, que aporta complejidad a su personaje y nos hace partícipes de su fortaleza y vulnerabilidad. Garfield, en contraste, interpreta a Andrew con una ternura y moderación que se sienten reales y equilibran la intensidad de Pugh. Sin embargo, este vínculo sólido contrasta con un guion que a veces recurre al melodrama, presentando situaciones dramáticas que buscan forzar la empatía del espectador y alcanzar la lágrima fácil.

El guion utiliza saltos temporales para desordenar la narrativa, ofreciendo retazos de momentos clave en la vida de la pareja. Aunque el recurso aporta dinamismo y rompe con la linealidad, también genera confusión en algunos tramos, dificultando el flujo natural de la historia. En términos temáticos, la película no logra decidir si quiere ser un drama profundo sobre las elecciones de vida o una comedia romántica con toques trágicos. Este tono ambiguo puede desorientar, especialmente cuando el relato parece desviarse entre la reflexión existencial y el romance.
Es precisamente en la simpleza de la relación amorosa donde la película encuentra su mejor expresión, resaltando la dicotomía entre dos personas de caracteres opuestos que se sostienen mutuamente. Andrew y Florence representan también dos maneras de lidiar con la finitud: uno aferrado a la esperanza, la otra entregada a aprovechar lo que hay. En esta dinámica, la actuación de Garfield y Pugh logra darle vida a un amor imperfecto y auténtico, que se sostiene frente a las dificultades sin idealizarse.
El tiempo que tenemos logra ser una experiencia emotiva gracias al talento de su elenco, aunque su guion abusivo en melodrama y sus inconsistencias temáticas le restan profundidad. La película alcanza su mejor momento cuando muestra la relación entre dos personas con historias y temperamentos distintos, dispuestas a hacer lo necesario por un amor que parece real. Aunque no es innovadora, cumple en su cometido de hacer reflexionar sobre el amor y el tiempo.