La noche sin mí: el ruido interno de ser madre

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Proyectada en el marco del FICPBA, este jueves se estrena en cines argentinos la ópera prima de María Laura Berch y Laura Chiabrando, protagonizada por Natalia Oreiro.

A veces el cine no necesita de adornos ni grandes giros para impactar. Solo hace falta una historia que respire verdad. La noche sin mí, de María Laura Berch y Laura Chiabrando, es exactamente eso: una película que duele porque parece demasiado real. No busca el dramatismo fácil ni la épica emocional, sino que se mete, sin anestesia, en la rutina agotadora de una mujer que intenta sostener una casa, unos hijos, un trabajo, una vida. Es un retrato de la maternidad sin filtros, sin glamour y sin descanso, donde el amor convive con el cansancio y donde cada pequeño momento de silencio se vuelve un lujo casi imposible.

Natalia Oreiro encarna a Eva, una madre sobrepasada, atrapada en una rutina que ya no distingue entre amor, deber y cansancio. Una mujer rodeada de tareas domésticas, hijos, mandatos y un marido que se comporta más como un hijo mayor que como compañero. Las cenas familiares se vuelven una coreografía del desencuentro: los celulares iluminan los rostros, pero apagan cualquier intento de conexión. Y cuando en el inicio vemos como un evatest da positivo, los espectadores somo testigos del porque la noticia no trae alegría sino la sensación asfixiante de que todo va a empezar de nuevo.

El film observa con precisión los detalles del desgaste: el baño como único refugio —y aún ahí, la soledad interrumpida—, el sexo convertido en trámite, la gata perdida que simboliza la ausencia de algo más profundo, sumado a la posibilidad de que ella misma la haya atropellado con su auto. Berch y Chiabrando filman con una mirada empática pero implacable: la maternidad no como instinto, sino como imposición social que se perpetúa incluso en el silencio. La noche sin mí es, en su mejor definición, una película anticonceptiva.

Entre los destellos de ternura y el agotamiento, la película encuentra un contrapunto en los hijos: Matilda Cremer Chiabrando, brillante como la niña de 11 años que comienza a descubrir los cambios de su cuerpo, y Theo Inama Chiabrando, adolescente encerrado en su propio universo tecnológico. Ambos ya venían mostrando una notable madurez interpretativa; ella en Nuestros días más felices y Mamá mamá mamá (ambas de la prolífica Sol Berruez Pichón Reviere) y la trilogía de Autoengaño de Néstor Mazzini; Theo en la coming of age. Sublime de Mariano Biasin y Los sonámbulos de Paula Hernández.

El film transita dentro de cuatro paredes, un hogar en tensión constante (por lo menos para Eva): las preguntas de los hijos sobre la muerte, las sospechas sobre una infidelidad inminente por parte de su esposo (Pablo Cura), el cuerpo femenino como espacio colonizado, la maternidad como mandato perpetuo. Y en el centro, Oreiro construye un personaje de carne y furia, una madre que se ahoga en el eco incesante de esos “mamá, mamá” que le taladran la cabeza y la responsabilidad de hacerse cargo de la atención de sus padres, como para agregarle más caos a su vida.

La noche sin mí muestra con lucidez y brutal honestidad, lo que ocurre cuando una mujer se queda sola incluso estando rodeada. Cuando el ruido de la casa se vuelve más fuerte que su propia voz. Y cuando, en medio del caos, el deseo más profundo no es dormir… sino, por fin, poder desaparecer.

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