Este jueves llega a los cines argentinos, la obra del cineasta norteamericano asada en la novela Vineland del escritor estadounidense Thomas Pynchon.
Paul Thomas Anderson, uno de los cineastas más brillantes de nuestra era, regresa con una obra que promete quedar marcada en la historia del cine. El director de películas inmortales como Petróleo sangriento, Licorice Pizza, Magnolia, Embriagado de amor y The Master, entre otras, vuelve a sacudir la pantalla con un relato revolucionario y profundamente humano.
Inspirada libremente en Vineland, la novela de Thomas Pynchon, Una batalla tras otra traslada las tensiones de la contracultura de los ‘60 y ‘70 al presente, en tiempos donde la paranoia y la persecución tienen otras caras: ya no son las drogas de Reagan ni la televisión manipuladora, sino los celulares, la vigilancia digital y la cruzada xenófoba contra los inmigrantes bajo la sombra del trumpismo.
En ese contexto surge el grupo insurgente French 75, que practica una violencia revolucionaria contra un Estado represivo: atentados, voladuras de torres eléctricas, asaltos a bancos y rescates de inmigrantes a punto de ser deportados. Entre estas acciones se forja también una pasión: la relación entre Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio) y Perfidia (Teyana Taylor), de la cual nacerá Willa.
La película pega un salto temporal de dieciséis años: Perfidia ya no está, Bob es un ex combatiente roto, alcohólico y drogadicto, que pasa los días mirando La batalla de Argelia como quien busca en el cine una forma de recomponer su propia derrota. En el centro aparece entonces Willa (Chaser Infinity, en un debut deslumbrante), adolescente que carga con la sombra de una madre acusada de traición y un padre incapaz de sostenerla, y que se convierte en el verdadero corazón del relato.
El gran antagonista es el coronel Steven J. Lockjaw, interpretado por Sean Penn, que compone un militar ridículo y brutal, tan caricaturesco como aterrador, obsesionado con perseguir a Bob, a Willa y a lo que queda de la militancia revolucionaria. Anderson juega con ironía: más que exaltar al uniformado, lo desnuda en su rigidez y contradicciones, mostrando a Penn en su costumbre de ser, otra vez, Sean Penn siendo Sean Penn.

Lejos de ser un simple relato de enfrentamientos, la película se convierte en una reflexión sobre la fuerza del arte como motor de cambio y sobre cómo las pequeñas batallas —políticas, sociales, íntimas— van tejiendo una gran guerra por la libertad. Anderson, fiel a su estilo, juega con la tensión narrativa, el detalle en la construcción de personajes y esa capacidad única de hacer convivir lo íntimo con lo épico.
La película, además, funciona como una sátira feroz de la red reaccionaria norteamericana, donde desfilan personajes millonarios excéntricos que solo cuidan “su culo”, preocupados únicamente por su bienestar y que se protegen entre ellos en un sistema de privilegios. Frente a ese núcleo de poder, Anderson coloca fuerzas militares ridículas, persiguiendo un sueño vacío como perros esclavos, con masculinidades dudosas y violentas que el film desarma con humor negro y cinismo.
Entre los momentos más memorables se cuentan secuencias de acción que confirman la maestría de Anderson con la cámara: un clímax final entre autos que mezcla velocidad, furia y precisión coreográfica, con una persecución en rutas que serpentean entre colinas, cargada de vértigo y tensión; o un escape frenético del personaje de Leonardo DiCaprio (Bill) junto a un grupo de skaters que se deslizan por los techos de los edificios, en una coreografía visual alucinante.
Pero Anderson también se da espacio para el humor, sobre todo gracias al carisma de Benicio del Toro, como el Sensei Sergio. Lo mismo ocurre con algunos diálogos insólitos, como la escena de la clave de la contraseña y el teléfono de DiCaprio, o esos momentos casi absurdos en los que su personaje intenta desesperadamente enchufar un celular para poder comunicarse en medio del caos. A estas capas se suman las actuaciones de Teyana Taylor, como Perfidia Beverly Hills, y de Chaser Infinity, quien interpreta a la hija de DiCaprio con sensibilidad y furia, lo que aporta un fuerte peso emocional a la trama.
El resultado es una película compleja, revolucionaria y de espíritu libertario —en el buen sentido del término, entendido como la lucha por sobrevivir y conquistar la libertad—, que late en cada fotograma. Otra obra maestra de Paul Thomas Anderson que no nos vamos a cansar de ver una y otra vez.