Se estrenó en la plataforma Apple TV+, la película del director de Malcom X que reinterpreta el clásico japonés El infierno del odio (1963) de Akira Kurosawa.
Spike Lee siempre se movió entre dos terrenos: el cine como arte vibrante y el cine como vehículo de denuncia. Desde Haz lo que debas hasta BlacKkKlansman, su obra respira identidad, política y música. En Del cielo al infierno, que llegó a Apple TV+, vuelve a esa tensión, pero con una vuelta de tuerca: se apropia de la estructura de un clásico del thriller moral y lo transforma en un relato sobre legado cultural, poder y ambigüedades éticas.
La historia sigue a un legendario productor musical, interpretado por Denzel Washington, que supo marcar a fuego la identidad de su comunidad afroamericana y que ahora enfrenta la decadencia de su figura en una industria dominada por algoritmos y tendencias superficiales. Todo cambia cuando en el intento de secuestrar a su hijo, lo confunden y terminan secuestrando al hijo de su mejor amigo y chofer, interpretado por Jeffrey Wright. La única manera de salvarlo implica arriesgar su fortuna y, con ella, el legado que ha intentado preservar. Esa es la disyuntiva que recorre toda la película: ¿vale más la vida de una persona o la supervivencia de una tradición cultural que corre el riesgo de desaparecer?
Desde ahí, Spike Lee hace lo que mejor sabe: tensionar la moral hasta incomodar al espectador. El guion transforma a Denzel en un personaje contradictorio: al principio lo vemos como guardián noble de la música, pero poco a poco su rigidez y su arrogancia lo vuelven repelente. Su defensa apasionada del “alma de la música” se convierte en excusa para un egoísmo disfrazado de nobleza. El público asiste, así, al derrumbe de un hombre que confunde deber con deseo, legado con poder.

Entre los personajes secundarios sobresale A$AP Rocky como Chico Preso, un rapero callejero que no solo resulta ser el responsable del secuestro del joven que dispara toda la trama, sino también la figura que confronta a King en el plano simbólico. Chico lo obliga a preguntarse qué significa realmente preservar la “pureza” del arte: ¿defender un legado a cualquier precio o aceptar que la música vive y se transforma en las voces nuevas, incluso en aquellas que desafían su visión? Esa tensión convierte a Chico Preso en algo más que un villano: es el espejo incómodo que revela las contradicciones del protagonista.
Visualmente, Lee multiplica los puntos de vista, hace que la cámara rodee a los personajes, los vigile, los encierre en un torbellino de imágenes. La secuencia de persecución en el metro durante el desfile puertorriqueño es el punto más alto de ese despliegue: vibrante, caótica y profundamente urbana. Es el cine de Lee en estado puro, entre el videoclip, el testimonio social y el thriller moral.
En ese vaivén, Del Cielo al Infierno funciona como espejo de la propia industria cultural. Cuando Denzel clama contra la música reducida a consumo vacío, es el propio Spike Lee que habla, lanzando un dardo al Hollywood de franquicias y repeticiones. Pero no hay complacencia: el film también cuestiona la intransigencia, el dogmatismo y la incapacidad de empatizar con el presente.
Del Cielo al Infierno es excesiva, vibrante e incómoda. Una película que desnuda las contradicciones entre tradición y modernidad, entre arte y mercado, entre legado y vida humana. Spike Lee entrega un relato que a veces parece sermón, a veces thriller, a veces puro nervio visual, pero que nunca deja de interpelar. Porque en su universo, como en el de su protagonista, el arte no es refugio: es un campo de batalla donde se define quiénes somos y qué estamos dispuestos a sacrificar.