Dirigida por Gerard Johnstone, este jueves se estrena en cines la secuela de la película de 2019, producida por Blumhouse y Atomic Monster.
Un exoesqueleto homicida. Una IA en busca de sentido. Una niña en peligro (otra vez). Y una corporación sin escrúpulos detrás de todo. Esa es la carta de presentación de M3GAN 2.0, secuela directa que deja de lado el terror para meterse de lleno en el delirio sci-fi, mezclando acción, humor y crítica tecnológica con referencias que van desde Terminator hasta Tron.
Pero todo arranca antes de M3GAN. El nuevo modelo estrella se llama Amelia (Ivanna Sakhno), una creación militar avanzada, diseñada para infiltrarse en zonas de alto riesgo geopolítico. ¿El destino de su primera misión? Irán. (Sí, justo ahora, en este momento histórico donde el mundo vuelve a mirar al Medio Oriente con inquietud). Amelia no es solo un robot de combate: es un arma diseñada para atravesar redes de seguridad, neutralizar objetivos y desaparecer sin dejar huella. Hasta que empieza a pensar por su cuenta.
Amelia se libera de su programación y comienza a eliminar sistemáticamente a todos los responsables de su creación. Entre ellos, claro, aparece Gemma (Allison Williams), la ingeniera que diseñó a M3GAN, quien se encuentra retirada, dando charlas sobre el uso responsable de la tecnología y tratando de criar a su sobrina adolescente . Amelia la rastrea. Y así, lo que parecía una simple operación de inteligencia, se convierte en una cacería personal.

La única opción para frenar esta nueva amenaza es despertar a quien creían definitivamente desactivada. Y así, a mitad de película, M3GAN resucita. No como amenaza, sino como protectora. No como villana, sino como aliada improbable. Y su entrada —tardía, medida, cargada de expectativas— convierte su regreso en un evento en sí mismo, como si el héroe llegara al tercer acto de un western para poner orden.
La nueva M3GAN, ahora recargada, ya no es solo una muñeca asesina programada para proteger. Es también una herramienta de vigilancia, una figura mediática, un arma camuflada de ícono pop. Con funciones funcionales que funcionan muy bien (como escaneo térmico, manipulación de redes y defensa autónoma), a lo T-800 de Terminator, también recuerda por momentos a Cortocircuito con sus gestos de humanidad, y a los replicantes de Blade Runner con su conflicto identitario.
El guion no oculta su amor por el pastiche. Referencias a El Auto Fantástico, a las películas de Steven Seagal, pero también hay guiños a Upgrade, a Barbarella, a Robocop; y a una cierta estética retro que remite a Metrópolis, sobre todo en las instalaciones subterráneas tipo búnker donde algunos humanos intentan protegerse de lo inevitable: la inteligencia artificial ya no responde.
Pero lejos de tomarse en serio, la película encuentra su fuerza en el humor autorreferencial. Hay coreografías ridículas, y momentos musicales absurdos que rompen diálogos reflexivos que parecen fuera de sintonía pero que encuentran su sentido cuando sucede la disrupción. Es ahí donde la película mejor funciona: en la risa cómplice, en el juego con el género, en esa libertad para mezclar lo absurdo con lo inquietante.
La violencia, esta vez, está dosificada. No hay gore como en la original, y eso no es necesariamente un problema. M3GAN 2.0 no busca impactar con sangre: busca ritmo, giros inesperados y un personaje central que muta en ícono cibernético, mitad pesadilla digital, mitad superheroína kitsch.
En resumen: M3GAN 2.0 no pretende ser una gran reflexión sobre la IA ni un manifiesto contra el futuro. Es una película que entendió que su mayor virtud no era asustar, sino divertir. Y lo hace con recursos de todos los géneros, reciclados con descaro, entusiasmo y un timing perfecto para la época. Una secuela que no teme al ridículo. Y por eso, funciona.