Misión: Imposible – La Sentencia Final: Tom Cruise contra la era digital

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Este jueves se estrena en cines argentinos la última entrega de la saga de acción del clásico agente de IMF, Ethan Hunt.

En MIsión Imposible: La Sentencia Final, la octava entrega de la saga, Ethan Hunt (Tom Cruise) no solo vuelve a arriesgar la vida: vuelve a desafiar la idea misma de lo posible. La Entidad, esa inteligencia artificial omnisciente que ya se insinuaba como amenaza en la primera parte, ahora se muestra como un dios digital que reescribe la realidad, destruye la confianza en la imagen y convierte la información en arma. Pero su núcleo —el origen de su poder— no flota en la nube, sino que yace hundido en el fondo del océano.

La secuencia en el submarino Sebastopol es uno de los grandes momentos de la película. La tensión se palpa en cada plano. Sumergido en una oscuridad abisal, el navío se convierte en un símbolo de lo oculto y lo incontrolable: allí dentro, entre válvulas que gotean, ecos metálicos y un silencio claustrofóbico, descansa la clave para desactivar a la Entidad. El acceso a ese archivo es literal y simbólicamente imposible. Lo que está en juego ya no es una nación o una agencia, sino el derecho mismo a la realidad.

McQuarrie filma la escena con precisión quirúrgica: cada segundo se estira como si el agua comprimiera el tiempo. El peligro no viene solo de la tecnología hostil, sino de no saber en quién confiar. Los personajes no luchan contra un villano tangible, sino contra una voluntad invisible que altera los datos, los mapas, los rostros. Y sin embargo, es en esa incertidumbre donde Ethan —y Cruise— se afirman como figuras de resistencia.

Tom Cruise on the set of Mission: Impossible – The Final Reckoning from Paramount Pictures and Skydance.

A su lado, lo vuelven a acompañar tres piezas claves: Luther Stickell (Ving Rhames), el hacker veterano que aporta sabiduría, calma y una lealtad inquebrantable; Benji Dunn (Simon Pegg), corazón y humor del grupo, que esta vez se enfrenta al miedo con una humanidad estremecedora; y Grace (Hayley Atwell), una ladrona inesperadamente empujada al centro del conflicto, cuyo arco irá evolucionando con el correr de la película. Grace no es simplemente una nueva incorporación: es el punto de vista del espectador que aterriza en este mundo vertiginoso sin saber bien a qué jugar. Y sobre ella cae, progresivamente, el peso de una elección que puede alterar el destino del grupo.

A ellos se suma el agente francés Degas (Greg Tarzan Davis), aliado reciente que en la entrega anterior perseguía a Ethan pero que ahora sabe que la causa del agente es noble. No reemplaza a nadie, pero se integra como un engranaje más en la maquinaria de confianza que Ethan necesita para avanzar. También se une Paris (Pom Klementieff), la ex agente de la Entidad que trabajaba con Gabriel y que, tras sobrevivir a un ataque, cambia de bando y busca venganza.

Además, regresan rostros conocidos del pasado, en una lógica de retorno nostálgico que no es gratuita: esta vez, cada aparición reabre una herida o resignifica una elección. La “Pata de Conejo”, aquel objeto misterioso de la tercera entrega, resurge como metáfora: un enigma sin explicación que vuelve a ser clave en una misión que ya no distingue entre lo real y lo simulado. Lo mismo sucede con la aparición de un personaje de la primera entrega, cuya vida cambió drásticamente luego de los sucesos de la clásica película de Brian De Palma que dió inicio a la saga.

Pero mientras en las profundidades del óceano se desarrolla la escena clave de la misión, en el cielo, la película alcanza uno de sus clímax más impresionantes: el duelo aéreo entre Ethan y Gabriel (Esai Morales), cada uno pilotando su avión en una coreografía de velocidad, altura y amenaza inminente, en una secuencia que recuerda inevitablemente a Intriga Internacional de Hitchcock. Pero aquí, el cuerpo de Cruise, colgado, lanzado, expuesto, se convierte en argumento.

Misión Imposible: La Sentencia Final no cierra la historia, pero sí eleva su apuesta. No hay ironía, ni sarcasmo, ni resignación: hay fe. Fe en que el cine todavía puede impresionar con sudor, peso, peligro. Cruise, en su cruzada casi mesiánica, vuelve a ofrecernos un manifiesto: esto no es nostalgia, es una batalla. Y mientras Hollywood se pregunta si queda espacio para los héroes clásicos, él ya está saltando al vacío, otra vez.

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