Compañera perfecta: Romance, manipulación y un baño de sangre

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Se estrenó en cines argentinos, la ópera prima de Drew Hancock protagonizada por Sophie Tatcher y Jack Quaid.

A simple vista, Compañera perfecta parece un thriller más sobre una escapada romántica que sale mal, pero bajo su superficie esconde una historia de manipulación y control disfrazada de romance. Drew Hancock debuta en la dirección con una película que juega con los tropos del género para luego subvertirlos de manera sorpresiva.

Sophie Thatcher, quien se destacó en Yellowjackets y la reciente Heretic, es la gran protagonista del filme. Su personaje, Iris, se nos presenta como una joven encantadora pero con algo en su comportamiento que no encaja del todo. Desde el inicio, su narración en off deja claro que su historia de amor con Josh (Jack Quaid) no tendrá un final feliz: “El día en que lo conocí y el día en que lo maté” son las dos fechas clave de su relato.

El encuentro entre Iris y Josh en un supermercado es sacado de cualquier comedia romántica, pero hay algo artificial en la escena, una sensación incómoda que la película se encarga de amplificar. El fin de semana en la cabaña junto al lago, rodeados de amigos, parece el clásico escenario para una película de terror, pero Hancock aprovecha esa familiaridad para explorar el verdadero horror: el psicológico. La relación entre Iris y Josh se va volviendo cada vez más tensa, marcada por pequeñas señales de alerta que desembocan en una escalada de violencia.

A medida que la trama avanza, la película se divierte con sus personajes secundarios: la amiga Kat (Megan Suri), cuyo resentimiento hacia Iris es evidente; la pareja perfecta de Eli (Harvey Guillén) y Patrick (Lukas Gage), demasiado idílica para ser real; y Sergey (Rupert Friend), el excéntrico millonario dueño de la cabaña, que parece sacado de una sátira sobre los ultra-ricos. Lo que comienza como una fiesta de amigos se transforma en un escenario de paranoia y traición.

Si bien el guion se apoya en convenciones del thriller, lo que distingue a Compañera perfecta es su comentario sobre el control y la coerción en las relaciones. La película no se centra en la sorpresa de su giro argumental (que algunos podrán anticipar), sino en la evolución de Iris, quien debe reconfigurar su identidad y desafiar las expectativas impuestas sobre ella. Thatcher sobresale en este viaje emocional, pasando de la vulnerabilidad al empoderamiento en un arco que la convierte en una final girl con matices más complejos que los habituales. Quaid, por su parte, construye un antagonista tan encantador como inquietante, cuya máscara se va resquebrajando con cada escena.

En definitiva, Compañera perfecta no revoluciona el género, pero sí lo usa con inteligencia para hablar de dinámicas de poder y manipulación en las relaciones. Es un thriller con momentos de tensión bien logrados, una protagonista que sostiene la historia y una violencia que, aunque estilizada, nunca deja de sentirse cruda. Hancock entrega una ópera prima entretenida y con sustancia, que deja claro que lo más aterrador no es la sangre, sino la forma en que alguien puede apropiarse de tu identidad sin que te des cuenta.

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