Este jueves se estrena en cines la película de Brady Corbet nominada a nueve premios Óscar, incluido Mejor Película.
Un barco avanza en la penumbra. Seguimos a Adrien Brody en un plano secuencia denso, cargado de sombras. De repente, la silueta de la Estatua de la Libertad aparece al fondo. El sueño americano se materializa en la mirada de László, un arquitecto húngaro que llega a Estados Unidos con la ambición de construir algo que perdure. Así comienza El Brutalista, la epopeya cinematográfica de Brady Corbet que, con cuatro horas de duración, disecciona el costo real de la identidad, la ambición y el arte en un mundo regido por el poder.
La película sigue el ascenso y caída de László, quien tras la guerra emigra junto a su esposa para intentar consolidarse en un país que no lo espera con los brazos abiertos. Su talento no pasa desapercibido para Harrison, un magnate que le ofrece oportunidades a cambio de algo más difícil de medir que el dinero: su esencia. Lo que empieza como una relación profesional se convierte en un juego de dominación sutil, donde la apropiación cultural y el abuso de poder se entrelazan con el sueño americano.

Corbet no solo cuenta la historia de un hombre, sino que traza un paralelismo con el desarrollo de la nación misma. Estados Unidos se ha construido sobre las espaldas de los migrantes, pero siempre bajo condiciones que garantizan que el control siga en las mismas manos. László encarna ese sacrificio, obligado a negociar su arte y su identidad para poder pertenecer. El guion captura esta lucha con precisión, sin caer en dramatismos forzados ni discursos evidentes, dejando que las imágenes hablen por sí solas.
A nivel visual, Corbet recurre al formato Vistavision y a un estilo vintage que resalta texturas, colores y volúmenes arquitectónicos, dándole una estética que remite a los grandes clásicos. La fotografía no solo enmarca el relato, sino que lo refuerza: la luz y la sombra delimitan los espacios de poder, los planos secuencia nos sumergen en la psique de los personajes y los encuadres cuidadosamente diseñados convierten cada edificio en una metáfora del conflicto central.
Adrien Brody entrega la mejor actuación de su carrera desde El pianista, dando vida a un personaje que evoluciona de la melancolía a la obsesión, de la esperanza a la locura. A su lado, Felicity Jones aporta un contrapeso emocional clave, mientras que Guy Pearce y Joe Alwyn completan un elenco donde cada gesto tiene peso narrativo, sobre todo este último, siendo parte de una escena clave para comprender gran parte del mensaje de la película
El Brutalista no es solo una película sobre arquitectura y migración, sino una reflexión sobre el precio de la creatividad en un sistema donde todo tiene dueño. Corbet construye su película como un edificio: con cimientos sólidos, capas de significado y una estructura que, como las grandes obras arquitectónicas, resistirá el paso del tiempo.