Se sumó al catálogo de Prime Video, la serie de seis espisodios que retrata los álgidos noventas y el crecimiento político de la figura de Carlos Menem.
La serie arranca con la tragedia familiar: Carlitos Menem Jr. ha muerto en un accidente aéreo, para luego saltar a los inicios del mito Menem. “Capicúa como yo”, le dice Carlos Menem a Olegario Salas (Juan Minujín), cuando este se transforma en su nuevo fotógrafo en su carrera hacia la presidencia. A partir de ahí será testigo y relator de este relato febril que se mueve entre el delirio y la tragedia. De esta forma se presenta Menem, la serie creada por Mariano Varela y dirigida por Ariel Winograd, que no busca representar fielmente al expresidente argentino, sino poner en escena la imagen que supimos consumir de él: mediática, contradictoria, elusiva, fascinante. Leonardo Sbaraglia no interpreta a Carlos Menem: interpreta a Menem, el personaje público, ese que creció entre flashes, champán y promesas de modernidad, hasta devorarlo todo.
Con un tono híbrido —mitad sátira política, mitad drama nacional— la serie se mueve con agilidad de un género a otro sin perder potencia narrativa. Desde el Menemóvil hasta el atentado a la AMIA, cada capítulo retrata un momento clave de la década menemista. Pero nada está puesto como dato suelto o guiño vintage: cada escena es funcional al relato de cómo se construye el poder… y de cómo se disfraza.
El primer capítulo nos mete de lleno en la campaña electoral: el puerta a puerta en la provincia de Buenos Aires, donde el gobernador riojano debía remontar una diferencia irremontable en la interna peronista con el titular de la provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero. Internas, marketing, frases pegajosas y un Menem que rompe la cuarta pared.Ya no habla de la política, es la política. Lo que sigue es una sobreoferta de cargos, traiciones a sus propias raíces, la entrada a la Casa Rosada y la expulsión de Zulema Yoma (Griselda Siciliani). Todo a ritmo de archivo, recreación, música noventosa y un timing que solo Winograd puede manejar.

Los capítulos avanzan con precisión quirúrgica: el levantamiento de Seineldín (Mohamed Alí Seineldín, interpretado por Gabo Correa), el indulto a los genocidas, María Julia Alsogaray (Mónica Antonópulos) como figura emblema del neoliberalismo y la Ley de Reforma del Estado. El truco —ese juego de cartas tan argentino— aparece como metáfora perfecta de una época en la que todo era engaño, promesa, apuesta.
El capítulo del Yomagate y la llegada de Domingo Cavallo (Martín Campilongo) nos muestra a un Menem que empieza a perder el control simbólico: la prensa ya no lo acompaña, los escándalos se multiplican, y el ministro de Economía se vuelve protagonista. Menem contraataca desde el espectáculo: lo vemos jugando al básquet, corriendo en rallys, bailando con odaliscas, montado a una Ferrari como si fuese Don Johnson de División Miami. Un showman del poder.
La serie también pone el foco en la intimidad: la relación con sus hijos, Carlos Menem Jr. (Agustín Sullivan) y Zulema Menem (Cumelén Sanz), con su madre, con Zulemita, que aquí toma un rol clave en los últimos capítulos. El humor absurdo convive con la dimensión espiritual (la tarotista Úrsula, los guiños místicos, la conexión con una chamana en Anillaco), hasta que la tragedia irrumpe sin aviso: el atentado a la AMIA. Winograd baja el tono, respira hondo, y le da lugar a las víctimas. Es un giro necesario. Duro, respetuoso, sin golpes bajos. Ariel Silverman, asesor cercano a Menem (Guillermo Arengo), atraviesa esta tragedia en carne propia.
La música es un personaje más: Derek López, “Ritmo de la Noche”, Los Brujos, Ricky Maravilla, todos colaboran para retratar una época donde el rock, la cumbia y el marketing bailaban al mismo ritmo que las privatizaciones y los negociados. Lo mismo que la estética, donde se privilegia el formato VHS, para darle contexto a la época, hasta momentos de aclaración a lo «Gativideo», donde se explica que lo que estamos por ver contiene sucesos difíciles de describir en orden cronológico, aclarando que es una ficción e invitando al espectador de desprenderse del dedo acusador.
Amanda Salas (Jorgelina Aruzzi) y su esposo Olegario funcionan como esos testigos privilegiados que vieron todo, que se beneficiaron, que callaron. Representan a esa sociedad que hizo la vista gorda, que cambió justicia por pizza con champán. Que bailó mientras todo se desmoronaba. Junto a ellos, su hijo Miguel Salas (Valentín Wein), joven periodista, y Victoria (Candela Vetrano), colega de la revista Semanal, aportan una mirada crítica y generacional al relato.
Menem no pretende explicarlo todo. Juega con las contradicciones, coquetea con la farsa, pero cuando se pone seria, lo hace con una sensibilidad poco habitual en la ficción política argentina. El final es abierto: ¿fue Menem un líder carismático o un ilusionista siniestro? ¿Fue un político astuto o un personaje atrapado en su propio mito? ¿O fue, como nos dice la serie, simplemente lo que queríamos ver?.