La serie chilena inspirada en «La Manada», el caso sucedido en Pamplona durante las fiestas de San Fermín, cuenta con un gran elenco y es furor en la plataforma Amazon Prime Video.
El que mucho abarca poco aprieta dice la famosa frase. Es trillada pero siempre aplica para muchas producciones audiovisuales. En una película el tiempo de abarcar un tema es menor, pero en una serie, donde la media rondará los 8 capítulos de promedio el tiempo puede resultar suficiente para tocar diversos temas. Inspirada en el caso de «La Manada», sucedido en Pamplona durante las fiestas de San Fermín en 2016 en el que un grupo de cinco hombres violó a una chica de dieciocho años, La Jauria intenta abordar durante los primeros cuatro capítulos muchos temas encadenados que forman parte de una telaraña social propia de la violencia machista y el patriarcado.
Decimos los primeros cuatro capítulos porque es ahí donde se desarrolla lo más interesante de la serie. Incluso podemos decir que es lo que nos engancha desde el primer episodio. La acción se desarrolla en Santiago de Chile, en el Colegio Santa Inés, una escuela católica mixta y de clase alta. En el mismo vemos como un grupo de alumnas toma el establecimiento en protesta por las denuncias de abuso hacia el profesor de arte, Mario Ossandón (Marcelo Alonso). La toma es liderada por Blanca Ibarra (Antonia Glesen, quién además es la hija del director, secundada por su hermana Celeste Ibarra (Paula Luchsinger) y Sofía Radic (Mariana DI Girolamo).
La situación se complica cuando Blanca desaparece y se hacen viral videos de la joven teniendo sexo con cuatro jóvenes encapuchados en un galpón abandonado. La búsqueda de la joven es encabezada por Olivia Fernández (Antonia Zegers), comisaria de la Policía de Investigaciones, acompañada por Carla Farías (María Gracia Omegna), la subcomisaria y Elsa Murillo (Daniela Vega), especializada en homicidios. Ellas también cuentan con la colaboración de Manuel Montero (Alberto Guerra), psicólogo del colegio. Todas juntas comenzarán una frenética búsqueda de Blanca. Mientras Celeste, su hermana, escapará de su hogar para meterse en un juego dirigido por un usuario denominado El Lobo, cuyo objetivo final es someter a una mujer y abusar de ella, como sucedió con Blanca.
En esos primeros cuatro capítulos es donde todo ese universo es presentado. Los otros personajes que aparecen son Benjamín Lira (Lucás Balmacera), Augusto Iturra (Giordano Rossi) Eduardo Valenzuela (Raimundo Alcalde), rugbiers del Colegio Santa Inés y agresores de Blanca. Gonzalo Fernández (Clemente Rodríguez), hijo de Olivia, quien es víctima de bullying por parte de sus compañeros, Alejandro Petersen (Alfredo Castro) un psicoanalista especializado en perfiles psiquiátrico de asesino y ex pareja de Elisa, Emilio Belmar (Francisco Reyes) Sacerdote católico y rector del Colegio Santa Inés, además de ser el entrenador del equipo de rugby.
En esa primera mitad de la serie se ve retratado todo un muestrario de temas de actualidad: la construcción de masculinidades, el pujante enponderamiento y la sororidad de los movimientos feministas; la intervención de la iglesia, la mirada de la opinión pública sobre las metodologías de protestas por parte de una juventud involucrada en el terreno político; el bullyng en las escuelas, la sexualidad y la influencia de algunas prácticas en la construcción de masculinidades tóxica y violentas, de las que son víctimas las mujeres. La impunidad de los poderosos, la influencia de las redes sociales y de los medios como formadores de sentido común, todo un combo de temáticas interesantes para analizar en profundidad.
Pero todo ese interesante perfil de la serie que invita al debate y funciona como herramienta que nos interpela se ve deformado a partir de segunda mitad. A partir de ese momento la serie se transforma en un thriller de suspenso similar a una cinta de David Fincher, o a series como Mindhunter, donde lo policial le gana a drama social, algo que puede llegar a confundir al espectador. A partir del capítulo cinco la historia se centra en la búsqueda de Blanca a través de una telaraña de pistas que va dejando El Lobo en la red social. Un personaje que sabe los problemas de cada uno de los intervinientes en la búsqueda, alguien de quien sabremos su identidad en el final (aunque si uno tiene cierto recorrido en el género policial puede descubrir de antemano quien es).
Ese cambio trae aparejado cierta confusión en cuanto al mensaje que en algún momento parece querer transmitir la serie, sobre todo a la hora de construir la personalidad de los usuarios masculinos que comienzan a jugar el siniestro juego, haciendo foco en Gonzalo, el hijo de la comisaria Oliva. El joven de 15 años se involucra en el juego empujado por la rabia provocada por el bulliyng que sufre en la escuela y por su soledad, con una madre ocupada full time en la búsqueda de Blanca y un padre ausente. La construcción del mismo como una víctima de su entorno resulta atractivo por su complejidad, siendo lo más interesante como drama sostenido a través de toda la serie. Pero ese mensaje contemplativo con quienes participan en el juego se desdibuja cuando Elisa Murillo sale al rescate de Celeste, víctima de un secuestro por parte de un grupo de jóvenes pertenecientes a La Jauría, en una escena que parece emular lo más reaccionario género policial norteamericano, estilo Harry El Sucio, una actitud que la serie parece querer condenar pero se queda a mitad de camino.
En el plano actoral la serie se va acomodando a medida que la trama avanza. En un principio los diálogos pueden resultar un poco forzados, sin fluidez, pero con el transcurso de la trama se irán poniendo las cosas en su lugar. La mayoría del elenco son reconocidos actores de la cinefilia chilena nueva. Destacándose la labor de Daniela Vega (Una Mujer Fantástica) como Elisa Murillo, Paula Luschsinger como Celeste Ibarra y Mariana Di Girolamo, a quienes recientemente vimos brillar en Ema de Pablo Larrain. A ellos se les suma el placer de ver en pantalla a Alfredo Castro (El Principe) en un papel menor pero importante para resolver el caso.
A pesar de ciertas irregularidades en cuanto a exponer todo un bagaje de problemáticas sociales sin abordarlo con la profundidad deseada y que termina quedando desdibujada, La Jauría consigue atrapar al espectador. Una serie que se construye bajo un interesante relato social sobre temas actuales, pero que a partir de la mitad elige otro camino y pierde fuerza en el plano de denuncia, apostando al género policial donde apela a fórmulas repetidas, pero que se sostiene en base a una buena dosis de suspenso e incertidumbre sobre el futuro de algunos personajes con los que empatizaremos y de otros que odiaremos.