El Diablo a Todas Horas de Antonio Campos. Crítica.

Nuestra puntuación

En día de ayer se estrenó el nuevo film del creador de The Sinnner, protagonizada por Tom Holland y Robert Pattinson.

Luego de ponerse en la piel de Peter Parker, Tom Holland vuelve al género dramático.

Dentro de la grilla de estrenos de este es de Netflix, este era uno de los más esperados. Por lo tanto las expectativas sobre el film, eran muchas. Pasemos en limpio las razones: Tom Holland volviendo al drama, el joven que sorprendió de niño en Lo Imposible de Bayona para luego calzarse el traje de Spider-Man. Robert Pattinson, el nuevo Batman; el que se hizo famoso con la criticada saga Crepúsculo, pero que supo encausar su carrera, llegando a ser un intenso actor, cuya madurez lo llevó a trabajar con directores de la talla de Cronnenberg, Robert Eggers, Claire Danis, Christopher Nolan y los Hermanos Safdie. Ese tridente actoral se completa con Bill Skargard, el hermano de Alex e hijo de Stellan, quien cobró notoriedad por interpretar a Pennywise en IT de Andy Muschetti.

El director, el creador de The Sinner, una serie que tuvo una muy buena primera temporada, pero que luego pecó de repetitiva y se transformó en un producto insulso que vaga por el catálogo de Netflix, sin mucha repercusión. A eso le sumamos una cantidad de jóvenes actores y actrices que vienen pidiendo pista dentro del cine independiente, como Haley Bennet protagonista de Swallow. Todos condimentos que presagiaban algo grande. Fue necesario bajar un poco las expectativas, no sea cosa que al tener la vara tan alta, el golpe sea duro y nos pongamos muy críticos con el producto. Esta intro era generar un poco de suspenso y poner un poco en contexto de que es lo que previamente sabíamos de EL Diablo A Todas Horas.

Inspirada en el libro de Donald Ray Pollock, el film está ambientado en un lugar perdido de Ohio, luego de retornar de la segunda guerra mundial Willard Russell (Bill Skargard) llega a la casa de su madre y de su tío. En un café conoce a Charlotte (Halley Kennet) una joven mesera que trabaja en un pueblo camino a su destino. El veterano de guerra se va a vivir con ella y tiene un hijo, llamado Alvin. Todo se complica cuando a Charlotte le descubren un cáncer. William asistirá impotente a la inevitable muerte de su mujer. Ni su fe acérrima ni los sacrificios sanguinarios que realice en un improvisado altar en pleno bosque parecen ganarle la partida a la enfermedad. El dolor por la muerte de su esposa conduce a William al suicidio, lo que hará que Alvin quede solo y deba irse a vivir con su abuela.

De manera coral, va presentando otras narraciones en paralelo con la de Alvin, quien, siete años después de los sucesos trágicos de los padres, es interpretado por Tom Holland. La de su «hermanastra», Lenora (Eliza Scanlen), una joven huérfana que quedó al cuidado de la abuela de Alvin, luego de que su madre, Helen (Mia Masikouwa) fuera asesinada por su padre, un fanático predicador religioso que vaga por las iglesias junto a su hermano lisiado pregonando como Dios le sacó el miedo a las arañas. Como un presagio del destino de su madre, Lenora, quien forma un vínculo de amor muy fuerte con Alvin, será víctima de los abusos y la manipulación de Preston (Robert Pattinson), el nuevo predicador del pueblo.

Otra historia es la de los Henderson, los proxenetas Sandy (Riley Keough) y Carl (Jason Clarke), una especie de Bonnie and Clyde que recorren las rutas buscando gente haciendo dedo para asesinarlas y sacarse fotos con los cuerpos desnudos. El hermano de Sandy, Lee Brodecker, (Sebastian Stan. si, el que interpreta al Soldado del Invierno del Universo de Marvel), es el alguacil del pueblo que se prepara para lanzar su carrera como político. Todas esas historias tienen un punto de partida en el café donde trabaja Charlotte, donde William la conoce. Se irá uniendo a medida que la película transcurra a lo largo de dos décadas, desde la resaca posbélica de los años cincuenta hasta los esperanzadores sesenta.

El director construye inteligentemente, en base a un buen montaje, un relato donde todo lo que sucede parece necesario. La trama se irá retorciendo sobre sí misma, y los personajes se encontrarán en situaciones de complejidades diabólicas. Pero a pesar de ser muchas historias las que se estén narrando no parece que se estén acumulando, y todas tienen un cierre adecuado donde el perfil de cada uno de los personajes tienen una representación simbólica de como se construye y se ejerce la violencia desde distintos lugares de poder. (El policía corrupto que quiere ser político, el predicador abusador y el proxeneta junto a su esposa). Allí es donde aparecerá la única manera de hacer justicia que conoce Alvin, por mano propia. Aunque parece no quererlo, el tener en sus manos una Luger con la que, supuestamente, se suicidó Hitler (figura diabólica si las hay), su destino es inexorable y ese objeto tendrá mucho que ver en eliminar lo demoníaco presente a su alrededor.

Pero todo ese relato plagado de simbolismos se ve reforzado por la potencia actoral. Tom Holland compone de manera perfecta un personaje empujado a la violencia casi sin querer. En la misma sintonía que Robert Pattinson interpretando al embaucador predicador y la ascendente Eliza Scalen, interpretando a Lenora, en un papel completamente distinto al que llevó adelante en Sharp Objects (gran serie poco promocionada de HBO), lo que muestra una notable versatilidad por parte de la joven actriz.

Apoyada en un trabajo visual sórdido y oscuro, El Diablo a Todas Horas tiene reminiscencia de clásicos como Simplemente Sangre de los Hermanos Coen (sin el humor negro, por supuesto) y cumple con las expectativas creadas. No reinventa los códigos del cine negro, pero es un interesante relato sobre violencias desatadas de personajes desesperados cuyo ineludible destino parece que los alcanzará a todos. Una película marcada por la violencia simbólica y visual, que indaga en la depravación y la redención de almas al límite que vagan en un mundo marcado por el fanatismo religioso y bendecido por el mismísimo diablo.

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