Mank de David Fincher. Crítica.

Nuestra puntuación

Uno de los estrenos más esperado de este 2020 llegó a Netflix, la nueva película del director de Pecados Capitales, Red Social y Zodiac.

Gary Oldman se luce al interpretar al guionista Herman J. Mankiewicz

Seis años hubo que esperar para que uno de los mejores directores actuales vuelva a filmar, seis largos años luego de la maravillosa Gone Girl. Es que David Fincher nos ha regalado de las mejores obras cinematográficas de los últimos treinta años. Un director que se caracteriza por poner a los protagonistas en situaciones límites y de las cuales no pueden escapar, ya sea en sus films de suspenso (Seven, Gone GIrl, The Game, Zodiac o Panic Room) o cuando se vuelca al drama (The Curious Case of Benjamin Button o The Social Network).

En Mank, su nueva película, sigue con esa misma lógica, pero esta vez en la historia real del guionista de Hollywood, Herman J. Mankiewicz (interpretado por un maravilloso Gary Oldman), famoso por ganar el Óscar por la que muchos consideran «la mejor película de la historia del cine», Citizen Kane de Orson Welles. Ambientada en la década de 1930, el film gira en torno a los esfuerzos y presiones por escribir el guión de la película del director de The Lady of Shangai y Touch of Evil quien, con solo 26 años, debutaba en las grandes ligas de Hollywood. En el medio del proceso de escritura no solo aparecen los conflictos de Mank con el alcohol sino con el magnate de los medios William Randolph Hearst, principal fuente inspiración del film.

Aparecen Welles interpretado por Tom Burke y Hearst por Charles Dance, pero son actores pequeños en la historia del guionista. Quienes cobran relevancia son las mujeres de su vida: su esposa Sara (Tuppence Middleton), la secretaria Rita Alexander (Lily Collins) y la explosiva actriz Marion Davies (Amanda Seyfried). Con Mank convaleciente en la cama después de un accidente automovilístico, el guión de Citizen Kane se irá armando por un amargado escritor cada vez más maltrecho por su adicción al alcohol, apoyado por su secretaria (quien espera respuestas del frente de batalla sobre su esposo combatiente) y su esposa, quien resulta el sostén casi permanente de Mank en su lucha contra el alcohol y los mercaderes del negocio del cine.

Evoca a las personalidades gigantescas de la época como Louis B. Mayer (Arliss Howard) y los productores Irving Thalberg (Ferdinand Kingsley) y David O. Selznick (Toby Leonard Moore). Así como actrices de la talla de Greta Garbo, Carole Lombard y Joan Crawford quienes también entran y salen de escena pero es la Davies de Amanda Seyfried quien causa la mayor impresión, en una sobresaliente actuación digna de ser premiada. Potenciada por un furioso blanco y negro, ángulos de cámara, iluminación y diseño que la hacen parecer de la época. 

En el medio de todo esa constelación de estrellas de la Edad de Oro de Hollywood, retrata también el papel del estudio Metro Goldwin Mayer, principalmente de su presidente, en el desarrollo de propaganda en contra de Upton Sinclair, cuando el escritor que se presentó a las elecciones por el Partido Demócrata. Con sus ideas socialistas pretendía mejorar las condiciones de los trabajadores y denunciar la corrupción de los grandes magnates del petróleo, así como el racismo de la sociedad americana. Toda la manipulación informativa de Hearst en complot con Louis B. Mayer fue para borrarle del mapa y Fincher une esos ingredientes cuando muestra el lado más idealista de Mank presionando por la sindicalización y un Hollywood más liberal que no surgiría en décadas. 

Como en The Social Network (por la cual ganaron el Óscar) y otras de los films de Fincher, la musicalización de Trent Reznor & Atticus Ross vuelve a ser otro de los puntos fuertes. Esta vez con música de época, bases de trompetas, pianos y jazz, como telón de fondo perfecto para narrar la tortuosa historia de un luchador de causas progresistas adelantado a su tiempo, en medio de las presiones por finalizar un ambicioso guión cinematográfico. Tal vez sea demasiado pronto para juzgar si Mank sea lo mismo para David Fincher que The Citizen Kane significó para Orson Welles, pero es un retrato espléndido sobre las peripecias del proceso creativo de una de las obras más geniales de la historia cinematográfica en un contexto complicado donde las presiones políticas y comerciales formaban parte del inescrupuloso ámbito hollywoodense.

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