Durante 85 minutos el documental, nominado a los premios Oscar, sumerge al espectador en el vínculo que se forja entre un hombre y un pulpo.
Un cineasta sudafricano, Craig Foster, se encontraba abrumado con su vida. Cansado y estresado por su trabajo tenía problemas para dormir, se enfermaba con frecuencia y no tenía tiempo para disfrutar del crecimiento de su hijo adolescente. En ese contexto es que su mente le dispara un recuerdo. Durante una de sus jornadas de filmación siguió a unos trackers africanos, personas dedicadas a seguir huellas y pistas en la naturaleza para detectar animales. Ellos veían y percibían cosas que el resto, incluido Craig, no detectaban; tenían una conexión con el entorno por encima de la media.
El mar había sido parte de la infancia del protagonista. Cansado de su vida decidió dar un giro de 180 grados y volver a las fuentes, sumergirse en el océano para alcanzar algo de la conexión con el mundo natural que tanto lo había impresionado en su experiencia con los trackers. Es así como da inicio este documental en la costa sudafricana, que quizá se diferencia del resto porque es también una historia de amor clásica, con introducción, nudo y desenlace, entre Foster y un pulpo.
En una de sus expediciones acuáticas, el cineasta sudafricano se encuentra de forma sorpresiva con un pulpo, quien por supuesto huye de él. Asombrado por el evento, Foster decide ir todos los días a visitar el refugio del pintoresco molusco, el cual irá confiando cada vez más y más en su nuevo amigo humano, al punto de pasear juntos como si fueran un humano y un perro caminando por una plaza. La relación entre ambos estará signada por las maravillas y peligros que son parte del día a día en un entorno donde cada jornada se descubre algo nuevo.
A diferencia de la mayoría de los documentales de vida acuática, acá no se trata de aprender sobre los pulpos o cualquier otro animal, sino de sentir, de experimentar parte del vínculo que entablan los protagonistas durante casi un año.
Si bien el film hace hincapié, por parte del mismo protagonista, en cómo la relación con el animal cambia su vida personal, vemos poco de esa transformación hasta bien entrado el final de la producción. Por momentos hay una humanización innecesaria del pulpo, en un intento por tratar de traducir y hacer encajar en nuestro lenguaje, en nuestros códigos, en nuestras costumbres y formas de entender y comportarnos cosas que nos exceden. Pero por fuera de esos detalles, el documental es una experiencia más que placentera y por momentos asombrosa, con una fotografía bellísima y un acompañamiento musical que trabajan en conjunto de forma armoniosa para dejarnos un producto singular, que logra destacarse en el vasto catálogo de grandes documentales que Netflix ha acuñado a lo largo de estos años.
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