Pecadores: Un encantador caos lleno de sangre y blues.

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Este jueves se estrena en Argentina, la nueva película del director de Fruitvale Station, Creed. Corazón de campeón y las dos entregas de Pantera Negra.

En su proyecto más ambicioso hasta la fecha, Ryan Coogler abandona la solemnidad superheroica y se lanza a una fábula salvaje que mezcla el gótico sureño con el pulp más delirante. Pecadores no se parece a ninguna otra película del Hollywood reciente, y quizá por eso resulta tan irresistible.

Michael B. Jordan interpreta a Smoke y Stack, dos hermanos gemelos que regresan a su pueblo natal en Mississippi después de una serie de robos en Chicago. Su plan es abrir un club nocturno, pero el pasado —y algo más oscuro— los espera agazapado. El sur profundo está infestado de demonios reales e imaginarios: el racismo estructural, el legado de la esclavitud, y sí, también vampiros. La amenaza toma cuerpo en un joven irlandés carismático y brutal interpretado por Jack O’Connell, líder de una legión de muertos vivos que no solo chupan sangre, sino que reclutan nuevos conversos para su cruzada siniestra.

La película se alimenta de múltiples influencias. Desde Del crepúsculo al amanecer, hasta los excesos visuales de Blade o el espíritu revisionista de Django sin cadenas. Pero Pecadores nunca se siente como un pastiche. Coogler, en su triple rol de director, guionista y productor, logra que la suma de referencias derive en un universo propio, lleno de contradicciones, tensión y belleza visual.

La fotografía en 65mm de Autumn Durald Arkapaw eleva cada secuencia, y la música de Ludwig Göransson funciona como un motor emocional. El film vibra entre persecuciones, coreografías musicales, duelos cuerpo a cuerpo y pasajes contemplativos en los que la música y el silencio dicen más que los diálogos.

Hay, además, un elenco secundario que deja huella: Delroy Lindo, siempre magnético, aporta gravedad; Miles Caton sorprende en su debut como joven músico atrapado entre el deseo y el deber; Wunmi Mosaku y Hailee Steinfeld aportan calidez a una historia que por momentos se vuelve brutal. Y aunque todo esté llevado al extremo, hay una melancolía subyacente que humaniza incluso las escenas más delirantes.

Pecadores es una película desbordada, inusual, con defectos evidentes pero también con una energía contagiosa. Su gran mérito es el riesgo: en un panorama dominado por fórmulas repetidas, se atreve a mezclar tonos, géneros y estilos sin perder coherencia. La escena post-créditos con Buddy Guy es la frutilla de un postre sangriento, y tal vez la promesa de algo más grande por venir.

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