Dentro de la Competencia Latinoamericana se estrenó la nueva película de los directores de Sonno Profundo, Francesca y Los Olvidados.
El solo hecho de escuchar los relatos de los crímenes ocurridos en los centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar argentina es aterrador. Los testimonios de las víctimas son suficientes para estremecer, o si no recordemos el del personaje de Laura Paredes en Argentina, 1985, para hacer una cita cinéfila. Pero pocas películas se han atrevido a explorar los horrores de esos espacios desde el género de terror. Los Hermanos Onetti se lanzan a este desafío con una propuesta que mezcla historia, gore y venganza sobrenatural.
Ambientada en el contexto del Mundial de Fútbol de 1978 (más precisamente la final), la película nos presenta a un grupo de tareas liderado por Mario Alarcón y Carlos Portaluppi (brillantes los dos). Su misión es la de siempre: quebrar a los detenidos mediante torturas para arrancar delaciones que permitan continuar la cacería. La introducción va directo al punto: una partida de truco se convierte en una secuencia violenta que no escatima en mostrar la brutalidad del aparato represivo.
Lo que comienza como un relato crudo y visceral sobre las prácticas en los centros clandestinos da un giro inesperado cuando el grupo de tareas detiene a unos «subversivos» que resultan pertenecer a una secta demoníaca. De repente, los roles se invierten, y los cazadores se convierten en presas de criaturas diabólicas.
Con influencias de Del crepúsculo al amanecer, los Onetti convierten el horror histórico en una fantasía de venganza. La película transforma el sufrimiento inicial en una experiencia de terror gore que combina maquillaje impresionante, sonidos estremecedores y una atmósfera opresiva. Si bien la primera mitad se regodea en la brutalidad de lo que fueron los centros clandestinos de detención, la segunda ofrece un despliegue visual impactante que busca el equilibrio entre respeto y espectáculo.
El film aprovecha el peso histórico de términos como “dictadura” y “centros clandestinos” para que el espectador entre ya predispuesto al terror. No hay necesidad de construir personajes; el contexto mismo es suficiente para generar impacto. Sin embargo, el giro hacia lo sobrenatural funciona como una liberación catártica, transformando la angustia inicial en un disfrute sin culpas para los amantes del género.
En 1978, los Hermanos Onetti demuestran un dominio absoluto del terror, caminando en la delgada línea entre la explotación y el homenaje. Si bien no es una película para todos los públicos, para los que aprecian el riesgo narrativo y visual, esta es una experiencia asfixiante, provocadora y fascinante.