La Revolución de «El Monjecito».

Fue la Mano de Dios de Paolo Sorrentino se estrenó en Netflix. razones y motivos personales sobraban para elegir la película italiana como la preferida del 2021.

El gol con la mano de Diego a los ingleses: «Un acto político, una revolución», según Sorrentino.

“Me gusta el fútbol, pero más me gusta el cine, pero el fútbol me gusta mucho, aunque el cine me gusta más”. Así funciona mi cabeza todo el fin de semana, pero lo que no admite discusión es mi amor por el Club Gimnasia y Esgrima La Plata y por Diego Armando Maradona, un enamoramiento que viene desde la infancia. Al Lobo desde que mi viejo me hizo socio y empecé a ir a la cancha; por Pelusa desde que tenía 5 años más o menos, cuando jugaba en Argentinos Jrs. Para ese tiempo el Lobo estaba en la B, así que mi equipo de primera era el Bicho de la Paternal. Después viene todo lo sabido de Diego y lo de Gimnasia, una historia conocida que no hace al hecho de escribir esta nota. Los caminos de ambos amores se cruzaron, y cuando eso pasó hubo una revolución en la ciudad de La Plata. La misma que Paolo Sorrentino refleja en Fue la Mano de Dios, la película Italiana que acaba de estrenar Netflix que, lamentablemente, no se estrenó en salas. Digo así, porque tuve la posibilidad de verla en el Festival de Mar del Plata, en una sala repleta y disfrutarla como experiencia colectiva es algo inigualable para los maradoneanos, sobre todo por algunos momentos puntuales donde el público estalla en aplausos. Me imagino lo que hubiese sido verla acompañado de amigos triperos que sentimos lo mismo que sintió Napoli y toda la familia protagonista con el arribo de Diego y, de sólo pensarlo, se me llenan los ojos de lágrimas.

El napolitano Paolo Sorrentino cuenta también como Diego le salvó la vida.

Fue la mano de Dios es una autobiografía, del tipo coming of age, donde Paolo Sorrentino relata sus días en una Nápoles revolucionada por la llegada de Maradona al club de la ciudad. El alter ego del director es Fabietto, un joven de 17 años en el último año de secundaria que no sabe qué hacer con su vida cuando termine los estudios. Vive junto a su padre y su madre, un hermano que sueña con ser actor y una hermana que no sale nunca del baño. Fiel a su estilo fellinesco, le agrega al film una cantidad de pintorescos personajes que, acompañados con momentos que rozan lo fantástico y lo espiritual, le dan al film el marco surrealista típico del cine italiano. Conoceremos a una vieja gruñona que maltrata a toda la familia; a Patrizia, la sensual tía, objeto de deseo y musa inspiradora de Fabietto; al novio de otra tía, quien debe hablar ayudado por un micrófono y la baronesa, la vecina viuda que se la pasa criticando a todos; también conoceremos a San Genaro, el patrono principal de la ciudad de Nápoles, y a su acompañante «El Monjecito». Ellos no solo son una pintura de la familia italiana, también cada uno esconde algo de todos los Maradonas que conocimos en sus 60 años de vida: en la pareja que conforman los padres de Fabietto, quienes por momentos nos hace recordar al Diego enamorado de Claudia, su novia de toda la vida, una mujer que le perdona tener alguna infidelidad e incluso un hijo de esa relación extramatrimonial, en Arma, el enérgico ultra napolitano que vive de juerga y se pelea con todo el mundo; o en Fabietto, el joven que se siente influenciado por la mágica presencia de Maradona, el joven de Villa Fiorito que llegó a los más alto en el mundo del fútbol. 

Fabietto es el alter-ego del director Paolo Sorrentino

Pero lo que más toca la fibra íntima de Fue la mano de Dios es como Paolo Sorrentino refleja en todo lo que está relacionado a Diego, su llegada al club Nápoli y cómo una ciudad queda paralizada por la llegada del astro argentino. Al verla, enseguida se vinieron a la memoria los días previos a la llegada de Pelusa como técnico a Gimnasia; cuando, lo que en un principio comenzó como un rumor, con el tiempo fue cobrando fuerza. Los momentos en que, través de algún contacto de prensa perdido por ahí, nos decía: «están hablando». Y uno, ansioso como es, quería transformarse en mosca para volar a la casa de Diego y chusmear que se estaba negociando. Se filtraban datos por todos lados. Unos nos decían: «Ya está» , pero hasta que no esté estampada la firma no queríamos generar ilusiones y que después se nos pinche el globo (algo a lo que los Triperos estamos acostumbrados).

Todo es espejo de como lo vivimos los hinchas de GImnasia; Fabietto diciendo: «Mirá que Diego va a venir a esta ciudad de mierda» se compara al «mirá si Diego va a venir al Lobo, déjate de joder» y en como, desde «La yunta de enfrente», nos trataban de tirar abajo la ilusión, llenándonos de pesimismo y mala onda. Pero pasó y al igual que el padre de Fabietto cuando recibe la llamada de un compañero de banco, a altas horas de la madrugada, avisando que el club estaba haciendo los trámites bancarios para incorporar a Diego, nosotros tuvimos las primeras imágenes de la cuenta oficial de IG del más grandioso jugador de la Argentina con la camiseta de nuestro querido Lobo. Una escena planteada dentro de una profunda crisis familiar por una infidelidad del padre tiene un quiebre por un llamado telefónico dándoles la primicia. A partir de ahí, nada más importó en la familia de Fabietto, lo mismo pasó esa mañana cuando se confirmó el arribo de Diego al Lobo. La pila de trabajo que teníamos en la oficina pasó a segundo plano, solo queríamos ver imágenes de Pelusa con la casaca tripera, y cuando aparecía algo lloramos, nos abrazamos, nos mandábamos mensajes con nuestros amigos, con hermanos y con todo aquel tripero que nos encontrábamos. Pendiente de todo lo que tenía que ver con el arribo de Diego al Lobo, la ciudad se encontraba inmersa en una locura total, la misma de Fabietto y su familia, la de toda Nápoli.

El emotivo abrazo de Diego y Victor Ayala luego del primer triunfo y los dos goles de tiro libre.

Comenzaron a llegar al club solicitudes de gente que quería ser socia de Gimnasia, solo para ver al Diego. El Lobo, al igual que Nápoli, estaba en la tapa de todos los diarios por la vuelta del Diego al fútbol argentino. En la película, el padre le regala a Fabietto un abono en la mítica Curva B para ver a astro jugar en Nápoli; acá en La Plata, la gente hacía cola para asociarse y conseguir una platea en la Néstor Basile; las mismas sensaciones y el mismo fervor. Llegó la presentación en el bosque explotado de gente, pero los resultados no eran los mejores; poco importaba, estaba Diego en el banco. Sorrentino muestra como Fabietto asiste a los entrenamientos y se queda junto a su hermano mirando a Maradona patear tiros libres, la «perseverancia» dice el hermano mayor. Imposible no imaginar la misma situación con el “paraguayo” Víctor Ayala, cuando marcó dos golazos de tiro libre a Godoy Cruz y cruzó toda la cancha para agradecerle por mejorar su técnica para concretar esas dos joyas. «Perseverancia», la misma que nos transmitía Diego cuando nos decía «crean, vamos a salir adelante, no aflojen», la misma que tiene el pueblo tripero que está siempre en todos lados, que canta «siempre estuvimos en las malas, las buenas ya van a venir». 

La película tiene su parte trágica, que no voy a contar para no arruinarles la experiencia; pero se asemeja a la que vivimos aquel fatídico 25 de noviembre del 2020, cuando se anunció la muerte de Diego. La bronca de Fabietto fue la misma que la nuestra cuando nos enteramos de la triste noticia. Lloramos, queríamos romper todo, queríamos verlo por última vez pero no pudo ser, su vida se apagó y con él, toda una infancia llena de recuerdos con su magia y su talento. Lo despedimos a la distancia, como pudimos en un contexto de pandemia difícil pero lo recordamos siempre. Porque “El Monjecito” siempre estará ahí, acompañándonos en cada paso que demos, como a Fabietto cuando decide emprender viaje a Roma para concretar su sueño de ser director de cine, como en cada partido que Gimnasia juega en el bosque y vemos su imagen con la indumentaria tripera. Cuando hace el gol con la mano a los ingleses el viejo Alfredo le dice a Fabietto: «Es un acto político, una revolución», la misma que vivió Napoli, la que vivió todo el «pópolo» tripero cuando llegó a Gimnasia y la que provocaba Diego en cada paso que daba.

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