Este jueves se estrena en cines la nueva película de la directora de Las Buenas Intenciones protagonizada por Sebastián Arzeno y Fiorella Bottaioli
Corría el año 2019 en el Festival de Cine de Mar del Plata y el comentario de todos los que asistimos era: «Andá a ver Las Buenas Intenciones«. Dentro del círculo de cinéfilos que suelen recorrer el evento había un consenso mayoritario que era la película que más disfrutamos en el festival. La directora era una debutante: Ana García Blaya, quien nos contaba la historia de un padre músico, eterno joven, que debería afrontar la partida de sus tres hijos para irse a Paraguay junto a su madre y nueva pareja. Si hay algo que caracterizaba al personaje principal era su inmadurez a pesar de sus cuarenta años y la paternidad. A través de imágenes de archivo propias la novel directora lograba, de esta manera, contar la historia de una separación y un posible exilio, una trama autobiográfica basada en una memoria personal, reconvertida en ficción de un momento trascendental de su vida y de su padre, Javier García Blaya. En su segunda vuelve a explorar el universo masculino con un personaje de características similares al que intepretaba Javier Drolas en su ópera prima.
Lucas Pereyra (Sebastián Arzeno) es un escritor recién entrado en la cuarentena, viaja de Buenos Aires a Montevideo para recoger un dinero que le han mandado desde el extranjero y que no puede recibir en su país debido a las restricciones cambiarias. Casado y con un hijo, no atraviesa su mejor momento, pero la perspectiva de pasar un día en otro país en compañía de Guerra (Fiorella Bottaioli) una joven amiga que conoció tiempo atrás y con la que siguió en contacto a través de mensajes, es suficiente para animarle un poco. Una vez en Uruguay, las cosas no terminan de salir tal como las había planeado, así que a Lucas no le quedará más remedio que afrontar la realidad.
Adaptación de la exitosa novela de Pedro Mairal, vale aclarar que la película cuenta con una particular diferencia en relación al libro: quien narra los hechos no es Lucas, el protagonista, sino Catalina (Jazmín Stuart), lo que, de alguna manera le cambia el enfoque y le da al film una mirada femenina, acorde a la de la directora. Pero, contrariamente a lo que sucede al finalizar, esto termina siendo más contemplativo con el personaje principal. El viaje de Lucas a Montevideo para recoger los 15.000 dólares es la esperanza para salir de sus penurias económicas y rescatar su golpeado matrimonio, pero lo que debería ser un toco y me voy de de Lucas, con encuentro sexual incluido en el Hotel Raddinson, aquel donde Damon Albarn sacó una foto del Palacio Salvo que terminaría en la tapa del disco single Heavy Seas of Love y que años después inspiraría el tema The Tower of Montevideo; se convierte en un paseo de un día junto a Guerra (o Guerrita como le gusta decirle a él) por las calles, la mítica rambla, librerías, locales de música, de tatuaje y la playa montevideana, lo que permite que la película se transforme en una suerte de Antes del Atardecer donde ambos personajes no solo hablarán de sus vidas, sino también de la cultura uruguaya y argentina.
Conviene no contar más porque los hechos tomarán un giro radical que romperá las monótonas inercias que los personajes arrastran y que no solo cambiará la vida de Lucas, sino que servirá de fuente de inspiración para su próximo libro. Lo que vale destacar es que García Blaya logra darle a la película una magnética atracción con la dupla protagónica, a través de diálogos fluidos con un un relato ameno y simpático, que logran darle a los personajes matices, donde la tensión sexual es explícita y se dice con todas letras, con el pensamiento y deseo de un varón rioplatense como uno de los ejes de abordaje de las masculinidades.
Una selección musical donde sobresale Virus acompañan la buena química que transmiten Sebastián Arzeno y Fiorela Bottaioli, imprescindible para este tipo de películas. Pero también las pequeños intervenciones de una galería de personajes secundarios son importantes; las cajeras del banco, el empleado de la librería, el mozo del bar, el tatuador, hasta el vendedor de instrumentos musicales, quienes con sutiles miradas y gestos logran que la resolución final deje el final abierto a la interpretación del espectador.
En ese contexto, La Uruguaya explora conflictos que se generan con la crisis de los cuarenta y los avatares de la masculinidad; también cuestiona una serie de valores que nos inculcan desde la infancia: el matrimonio, la paternidad, la familia, la estabilidad económica y el éxito profesional; pero sobre todo es una confirmación del talento de Ana García Blaya, quien con solo dos largometrajes se está convirtiendo en una de las directoras más interesantes y prolíficas del cine nacional actual.
Nota al margen sobre el proyecto:
«La uruguaya» es una película financiada íntegramente por la Comunidad Orsai de Hernán Casciari, a través de bonos con un valor de 100 dólares que se agotaron en menos de tres meses. Al revés del «mecenazgo», en donde gente pone dinero por amor al arte, todas las ganancias de «La uruguaya» son repartidas semestralmente entre los socios.
Para ello, Orsai Audiovisuales creó una aplicación en donde los 1.961 socios eligieron a los protagonistas (Fiorella Bottaioli y Sebastián Arzeno) y pudieron espiar las reuniones de todas las áreas (arte, guion, finanzas, fotografía, etcétera).
El sistema de Orsai Audiovisuales permite que los socios participen de encuestas e intervengan en la toma de decisiones. Para esto, la app cuenta con un sistema de votación que permite que los casi dos mil socios voten desde sus dispositivos con total transparencia. A esto se suma la implementación de un sistema para ordenar sugerencias, datos, colaboraciones y contactos que los socios productores ofrecen o ponen a disposición.
Durante el rodaje se publicó el podcast diario de «La uruguaya», con entrevistas, novedades y participación de los profesionales que trabajan en la película, así como también streamings de charlas en vivo con los integrantes del staff.
La revista especializada «Variety», publicada en Hollywood informó este año que ‘La Uruguaya’ llevó el crowdfunding a un nuevo nivel, porque, por primera vez, el proceso de producción de una película se convirtió en una experiencia pedagógica, cuya principal finalidad fue la de aprender y enseñar cómo se hace cine.