Se estrenó en la plataforma Disney Plus la serie protagonizada por Michelle Williams, Jenny Slate y Jay Duplass.
Cuando el cuerpo deja de responder, el tiempo cobra un valor inédito. Molly lo sabe: su diagnóstico de cáncer de mama metastásico en estadio IV la enfrenta con la certeza del final. Lejos de resignarse, decide romper con lo establecido. Deja a su esposo y se lanza a una vida que nunca se había permitido: una vida donde el deseo es brújula, y el sexo, una forma de libertad. Morir de Placer, la miniserie basada en el podcast homónimo, construye a partir de esta premisa una historia de autodescubrimiento tan conmovedora como provocadora.
Interpretada por Michelle Williams, Molly decide abandonar el automatismo de su matrimonio con Steve (Jay Duplass), un hombre que no puede —o no quiere— verla realmente. En compañía de su mejor amiga Nikki (Jenny Slate), se embarca en una serie de encuentros sexuales que no solo desafían tabúes, sino que también la enfrentan con sus miedos más íntimos.

En medio de juguetes sexuales, orgías gourmet y exploraciones de nuevas fantasías, la serie encuentra momentos de ternura, humor y verdad. Morir de Placer no se regodea en el morbo, sino que ilumina una faceta poco representada de la enfermedad: la vida que aún puede vivirse, aunque el final esté cerca. Molly quiere volver a sentir, tocar, desear. Quiere dejar de ser vista como una paciente para ser, simplemente, una mujer.
Pero la serie también sabe cuándo frenar la marcha. Entre tanta exaltación sensorial, se cuela el dolor. Molly evita mostrar su cuerpo desnudo a sus amantes para ocultar las marcas de la mastectomía. Miente sobre su diagnóstico para que no la encasillen. Se une a grupos de pacientes en etapas tempranas del cáncer solo para tener una ilusión —por efímera que sea— de “normalidad”.
Y en ese recorrido, el vínculo con Nikki se vuelve el verdadero corazón de la serie. No se trata de una historia de amor romántica, sino de una amistad luminosa y profundamente humana. A medida que Molly explora su sexualidad, Nikki lidia con la angustia de verla deteriorarse. La serie encuentra belleza en esa tensión: entre la vida que irrumpe y la muerte que acecha.
También se cuelan temas complejos como el abuso infantil, la relación con una madre negadora (interpretada por Sissy Spacek), y el desinterés del sistema médico por la calidad de vida sexual de los pacientes oncológicos. El tono, por momentos liviano y festivo, no le quita profundidad al drama.
Tal vez el mayor mérito de Morir de Placer sea no tomarse demasiados rodeos ni escatimar intensidad. Con apenas ocho episodios, ofrece una experiencia que va de la risa al nudo en la garganta, sin solemnidad pero con hondura. Y aunque por momentos uno desearía que la serie tuviera un poco más de tiempo para desarrollar todos sus temas, hay algo en esa urgencia que resulta coherente con el viaje de Molly. Porque en esta historia, como en la vida, nunca hay tiempo suficiente.