[Crítica] Nuestros Días Más Felices de Sol Berruezco Pichón-Reviére.

Nuestra puntuación

Los viernes y domingos del mes de julio se estrena en el Centro Cultural Kirchner y Malba el segundo largometraje de la directora de Mamá Mamá Mamá.

Agatha (Lide Uranga), una mujer mayor de 74 años y Leónidas (Cristian Jensen), su hijo de 36, mantienen una relación madre-hijo un tanto absorbente: Agatha nunca volvió a enamorarse y Leónidas no se anima a construir una vida fuera de las puertas de la casa familiar. De un día para otro, Agatha despierta en un cuerpo de niña: es ella, pero con siete años de edad. La única solución posible tras haber cortado todo vínculo con el exterior, será llamar a Elisa (Antonella Sadicco), la hija mayor de Agatha, quien, a pesar de haberse independizado hace tiempo, volverá al lecho materno a reparar heridas que quedaron abiertas.

A diferencia de su película anterior, Sol Berruezo deja la austeridad de lado y la cámara testigo que retrataba el duelo del hermano perdido a través de los ojos de una niña, para sumar mejores recursos prácticos que dinamicen el relato. La aparición de los collages y los flashbacks publicitarios de Tony Reynolds (Claudio Martínez Bel), un gurú televisivo especialista en encontrar el camino a la felicidad, sirven como herramienta para reforzar los conceptos narrativos centrales de la película, sobre el pasado familiar y como las vueltas de la vida hizo que la relación entre Eliza y su madre llegue a su fin.

Mirar la vida adulta a través de los ojos de la niñez parece ser una obsesión de Sol Berruezo, esta vez explorando en la vejez y su regresión a la primera edad. Al convertirse en niña, Agatha no solo vuelve adquirir la flexibilidad corporal de aquellos años, sino que vuelve a depender del otro para que lo cuide o por lo menos sus hijos se sienten más comprometidos en hacerlo. El asfixiado por la demanda era Leónidas pero poco a poco será Eliza quien tome ese lugar para sanar las heridas del pasado. La aparición de Islandia, el inhóspito país de escasos habitantes, en la obsesión de Leónidas sirve para reforzar la idea de la soledad en que se encuentra sumergido, la frialdad que existe en él y la falta de vincularse con gente, viviendo su vida entre cuatro paredes al permanente servicio de su madre.

La profundidad con la que trata la variedad de temas que abarca la película, no sería posible de no ser por las actuaciones. Nuevamente la niña prodigio de su película anterior, Matilde Creimer Chiabrando, vuelve a ponerse en el centro de la escena en el papel de niña-vieja. Pero más allá de ella, Antonella Sadicco y Cristian Jensen componen magistralmente a los dos hermanos, cuyas rispideces que se suceden entre ellos quedarán de lado cuando deban ensamblarse como familia, a partir del hecho de tener que cuidar que no descubran a Agatha, y la niña la lleven a un orfanato, lo que logra que el film juegue entre la aventura y la comedia, sin perder su impronta reflexiva sobre los vínculos madre-hijo/a. Lo mismo sucede con las breves apariciones de Lide Uranga como Agatha mayor, quien da los primeros pasos dentro de la película para marcar como será el papel de Matilde y sus similitudes.

En Nuestros Días Más Felices, Pichón-Reviere vuelve a demostrar su enorme capacidad para explorar en los sentimientos y profundizar en las relaciones humanas-familiares. Esta vez con un relato que roza lo fantástico pero que no deja de perder su existencia psicológica y reflexiva sobre la eterna búsqueda de la felicidad en la etapa final de la vida. Con solo 25 años, estamos ante uno de los talentos más prometedores del cine argentino que nos inspira a seguir su carrera con interés.

  • Reseña realizada en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2021.
  • CCK: – Viernes 7, 14, 21 y 28 de Julio, 19h.
  • MALBA: domingos 9, 16, 23 y 30 de julio 20 hs.

ENTRADAS: https://www.malba.org.ar/evento/202307092000/

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