Luego de su paso por el Festival de Mar del Plata y previo a su estreno en Netflix, llega a salas nacionales la película animada del director mexicano.
Luego de muchos años, Guillermo del Toro pudo cumplir su sueño de adaptar la clásica historia de Pinocchio. El director de La Forma del agua, El Laberinto del Fauno y La Cumbre Escarlata se ha puesto al frente por lo que fue una de las obsesiones de su infancia y el método elegido es el stop motion, con la particularidad de ubicar la historia del muñeco de madera en el período de entreguerras, que ofrece una nueva lectura de la obra original de Carlo Collodi.
Narrada en off por el Sebastian J. Grillo/Cricket de Ewan McGregor, la historia arranca con una introducción donde muestra la feliz vida de Carlo y Gepetto hasta la trágica muerte del encantador hijo. En medio del dolor, bajo un ataque de angustia, el carpintero artesanal (la voz de David Bradley) construye el Pinocho de madera (Gregory Mann) que luego termina convirtiéndose en una suerte de hijo sustituto.
Todos pensaríamos que luego vendría la historia conocida de Pinocho, pero no es así, Guillermo Del Toro le pone su «marca», «su sello» (seamos sinceros, quienes fuimos a verla esperábamos eso) y crea su propia versión, para dar vida a una película visualmente enajenada, con momentos perversos y tiernos, que aprovecha el contexto y la época en el que está ubicada para hablar sobre religión, el facismo (hasta aparece una sátira del dictador italiano Benito Mussolini) y la guerra.
Pinocho de Guillermo Del Toro es una de las mejores películas animadas del año (sino la mejor), un trabajo artesanal donde se nota la pasión y el corazón que el director mexicano le brindó al proyecto. Acompañado por la belleza musical de Alexandre Desplat y con un reparto estelar de voces secundarias (Cate Blanchett, Tilda Swinton, John Turturro y Christopher Waltz, los más destacados), el film es un relato que traspasa la historia infantil original para brindarnos una oscura narración sobre una profunda y sincera relación entre un padre y un hijo que también adquiere una sutil dimensión política.