Continúa en cines argentinos, la obra de Walter Salles ganadora del Óscar a Mejor Película Extranjera.
El 31 de marzo de 1964, un golpe de Estado en Brasil puso fin al gobierno democrático de João Goulart, instaurando una dictadura militar que se prolongaría por 21 años. Durante este periodo, la represión dejó un saldo devastador de víctimas, entre ellas Rubens Paiva, un excongresista que, tras su retiro de la política, fue arrestado, torturado y asesinado. Su historia, preservada a través del testimonio de su familia, ha sido llevada al cine por Walter Salles en Aún estoy aquí, un filme que reivindica la memoria como un acto de resistencia y que le valió a Brasil su primer premio Óscar a mejor película extranjera.
Salles construye su relato desde la intimidad, evitando los excesos melodramáticos y la crudeza gratuita. Su enfoque se aleja de las narrativas convencionales sobre dictaduras latinoamericanas para centrarse en el vínculo familiar de Paiva, explorando su vida cotidiana antes de su desaparición. La película nos sumerge en la calidez de su hogar, en la dinámica con sus seres queridos, permitiéndonos conocerlo más allá de su rol político. Esta cercanía con el personaje es clave para que el impacto de su ausencia se sienta con fuerza cuando el relato avanza hacia su arresto.
El punto de vista principal recae en Eunice, interpretada con una notable carga emocional por Fernanda Torres. A través de su mirada, el espectador presencia el desmoronamiento de una familia que queda atrapada en la incertidumbre y el dolor de no saber. Su interpretación no solo dota de profundidad al personaje, sino que también se convierte en el ancla emocional de la película, expresando la angustia y la impotencia de aquellos que deben lidiar con las ausencias impuestas por el terror de un régimen.

El guion de Salles, con una narrativa sencilla pero efectiva, prioriza el desarrollo de personajes y el contexto por sobre la exposición explícita del horror. En lugar de recurrir al impacto visual de la violencia, opta por mostrar cómo la dictadura desgarra el tejido familiar, cómo transforma la vida cotidiana en una lucha constante entre la memoria y el olvido. La elección del formato Super 8 refuerza esta idea, dotando a la película de una textura que evoca recuerdos y resalta la importancia de preservar la historia.
Uno de los momentos más poderosos del filme ocurre cuando la familia Paiva, en respuesta a un reportero que busca explotar su tragedia con imágenes de sufrimiento, decide posar sonriendo. Este gesto, lejos de ser una negación del dolor, se convierte en un símbolo de resistencia, en una afirmación de que la memoria no es solo sufrimiento, sino también la reivindicación de la dignidad de quienes fueron arrancados de sus hogares.
Aún estoy aquí logra trascender por sus premios, pero también por su contexto histórico y geográfico para convertirse en una obra universal. Salles no solo narra una historia sobre la dictadura brasileña, sino que reflexiona sobre el impacto del autoritarismo en los lazos humanos y la necesidad de recordar para que la historia no se repita. Su mensaje final es claro y contundente: la memoria es un acto de justicia, un puente que conecta el pasado con el presente y que nos recuerda, con firmeza, que hay heridas que no deben volver a abrirse.