Luego de su proyección en múltiples festivales, se estrena en Cine Virtual de PCI el documental cordobés sobre la trágica explosión de 1995 en la Fábrica Militar de Río Tercero.
El atentado a la AMIA, las bombas en la Embajada de Isráel; los años 90 estuvieron marcados por terribles tragedias que al día de hoy siguen sin esclarecerse. A esos horrorosos hechos hay que sumarles las explosiones de Río Tercero de 1995. El 3 de noviembre de ese año una serie de detonaciones se sucedieron en sucedidas en la ciudad cordobesa, durante la presidencia de Carlos Menem. Ese día estalló la Fábrica Militar de Armamentos que se encontraba en esa ciudad, destruyendo el establecimiento y parte de la ciudad, causando la muerte de siete personas, hiriendo a más de trescientas y dañando seriamente la salud mental de la mayor parte de la población de la ciudad.
A poco mas de 25 años del trágico suceso, Natalia Garayalde desempolva su material fílmico registrado por una vieja cámara familiar y lo pone al servicio del relato. Con todo esas filmaciones la directora logra contar en primera persona los momentos previos, él durante y los posteriores al hecho. A eso se le suma material de noticieros con el registro de conferencias de prensas de gobernantes, fiscales y funcionarios militares. De esta manera logra reconstruir un documental íntimo y reflexivo sobre las consecuencias, la impunidad y las sospechas que giran en torno al trágico suceso.
En aquel entonces, Natalia, la directora, tenía solo 12 años y junto a su familia vivían a 300 metros de la fábrica. Es ella, junto a su hermana menor, la protagonista de los días previos a las explosiones. Como un inocente juego de niños aficionados al cine, veremos cada registro de la vida familiar con el infantil relato de ellos. Pero no por ser amateur significa que el material sea algo sin sentido y aburrido. Ocurrentes imitaciones de sketchs infantil del Cablín, simulaciones de escaladas de montañas y jugar a ser periodista son una envidiable muestra de talento por parte de los niños.
Pero todo lo lúdico de esas primeras imágenes familiares tienen un quiebre a partir del trágico 3 de noviembre, cuando sucede la explosión. En contraposición al espíritu infantil inicial, aparecerán las imágenes del horror desde adentro. Como si fuese una película de acción de Paul Grengrass, la cámara se sube al auto del padre de Garayalde y comienza a recorrer la ciudad en medio de las explosiones, en una escena tremendamente poderosa e impactante. Pero esto no es Hollywood, ni estos son efectos especiales, lo que vemos es real y el drama de semejante tragedia se respira en cada instante del documental.
La inocencia infantil vuelve a aparecer cuando los niños comienzan a recopilar testimonios de los habitantes de la ciudad, simulando ser periodistas de un noticiero. Pero las imágenes potentes y desgarradoras reflejan las consecuencias de los estallidos en una ciudad que nunca volvió a ser la misma. El pueblo durante unos días se transformó en una escena bélica, llena de autos rotos y casas destrozadas por bombas militares, cuyo enemigo difícil de identificar. Luego vendrán las mentiras de los funcionarios, las sospechas sobre si lo sucedido fue un accidente o fue adrede para tapar la venta de armas a Ecuador y Croacia.
Esquirlas tiene un valor testimonial único e impactante gracias a un íntimo legado familiar. Muestra la mirada de un niño ante la tragedia pero también nos proporciona una mirada adulta cuando se transforma en un relato catártico sobre una herida que todavía no cierra y sobre una Argentina que no queremos; la de la muerte, la impunidad, las mentiras, la desidia y el dolor.
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