Las Vidas de Sing Sing: Teatro entre rejas y la lucha por la identidad

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Este jueves se estrena en cines argentinos, el drama carcelario protagonizado por el nominado al Óscar Colman Domingo.

Las películas sobre prisiones suelen caer en los mismos lugares comunes: el sufrimiento, la violencia, la desesperanza. Las Vidas de Sing Sing, de Greg Kwedar, esquiva ese camino y elige otro más difícil de transitar, pero mucho más poderoso: el arte como forma de resistencia y redención. La historia sigue a un grupo de presos que participa en un programa de teatro en la legendaria prisión de Sing Sing, poniendo en escena una comedia musical sobre un antiguo egipcio que viaja en el tiempo (Breakin’ the Mummy’s Code). Dentro de la obra, hay un momento en el que resuena Hamlet, y no es casualidad. Al igual que el príncipe danés, los protagonistas lidian con el dilema de qué significa realmente ser libre cuando el mundo que los rodea parece diseñado para atraparlos.

Basada en un artículo de Esquire y en testimonios reales de ex participantes del programa RTA (Rehabilitation Through the Arts), la película apuesta por una autenticidad inusual. Muchos de los actores no son profesionales, sino hombres que pasaron años tras las rejas. Entre ellos, Clarence “Divine Eye” Maclin, quien aquí se interpreta a sí mismo en una versión más joven, reviviendo su experiencia cuando interpretó a Hamlet en el taller teatral. Frente a él, Colman Domingo encarna a John “Divine G” Whitfield, un preso que lucha por demostrar su inocencia mientras lidera el programa de teatro como mentor, escritor y guía de sus compañeros. Domingo carga la película con su presencia, aportando una interpretación llena de capas, donde el arte se vuelve una forma de supervivencia emocional.

Lo que distingue a Las Vidas de Sing Sing de otras películas sobre el encierro es que no se detiene en los motivos que llevaron a estos hombres a la cárcel. No hay flashbacks explicativos ni largas exposiciones sobre sus crímenes o condenas. En lugar de eso, el foco está en quiénes son dentro de la prisión y en cómo el arte les permite existir más allá de los barrotes. Es una decisión que desarma cualquier mirada prejuiciosa y permite verlos como personas en proceso de transformación, en lugar de solo criminales o víctimas de un sistema injusto.

Sin embargo, hay un desequilibrio en el tono. La película se esfuerza tanto en remarcar la importancia del programa RTA y su impacto positivo en los internos que por momentos parece más un homenaje que un relato crítico. Se menciona la opresión del sistema penitenciario, pero nunca se profundiza en su estructura racista y clasista. Hay escenas que se sienten demasiado explicativas, subrayando una y otra vez lo mismo, cuando la historia se sostiene sola sin necesidad de sobreexplicaciones.

Aun así, Las Vidas de Sing Sing funciona como un testimonio sincero y necesario sobre el poder transformador del arte. La tasa de reincidencia de los participantes del programa RTA es del 3%, en contraste con el 60% del promedio nacional en Estados Unidos. Ese dato, por sí solo, deja en claro que este no es un simple taller recreativo, sino un espacio que redefine la identidad de quienes lo atraviesan. Kwedar no intenta convertir la película en un drama carcelario más, sino en una celebración de la creatividad como una forma de libertad, aunque el cuerpo siga encerrado.

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