Luego de haber recorrido numerosos festivales internacionales, la ópera prima de Agustina San Martín, llega a las salas argentinas en mayo.
Emilia es una joven de 17 años que llega a un pueblo fronterizo entre Argentina y Brasil. Acude allí buscando a su hermano, con quien tiene un oscuro asunto que resolver y hace bastante tiempo no le contesta sus llamadas telefónicas. Se aloja en la posada del monte de su extraña tía Inés donde, según los rumores, hace una semana apareció una bestia. Según dicen, esta bestia es el espíritu de un hombre malo que habita el cuerpo de distintos animales. Entre lo real y lo mitológico, lo humano y lo animal, la culpa y lo sexual, Emilia buscará enfrentarse con su pasado.
En su primer largometraje Agustina San Martín se sumerge en la espesura de la selva misionera, donde una bestia reside en el particular pueblo religioso al que vuelve luego de mucho tiempo. Allí Emilia, interpretada por una hipnótica Tamara Rocca, se encuentra también su tía (Ana Braun), la dueña de la posada, una mujer que vive encerrada (?) pero libre de todo el sistema que lo rodea y una nueva inquilina que se hospedará en el lugar. Pero ante las revelaciones que tendrá Emilia sobre ella misma y sus deseos, aparecerá «la bestia» que deambula por el pueblo, representada en varias formas, como la figura del hermano como una figura masculina violenta y los devotos religiosos que deambulan por el pueblo buscando corregir a la amenaza que los acecha.
En Matar a la bestia no estamos ante una película de horror convencional, ya que el factor miedo no se mide en la sangre derramada, ni en zombies o monstruos espeluznantes; el horror está construido en el fuera de campo, pero principalmente surge de un lugar espiritual y simbólico, bajo un clima opresivo donde lo oscuro y peligroso no solo está presente en la naturaleza que los rodea. Un lugar donde Emilia vivirá su estadía en el pueblo como un viaje de autodescubrimiento y revolución queer para dejar atrás los traumas del pasado.