Presencia: Soderbergh y el horror de lo irremediable

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Este jueves se estrena en cines la nueva película del director de Sexo, Mentiras y Videos, Traffic y La Gran Estafa.

Soderbergh es un cineasta inquieto, siempre dispuesto a jugar con las reglas del cine para desarmarlas desde adentro. En Presencia, su colaboración con David Koepp (director de Ecos Mortales, La Ventana Secreta) le permite experimentar con una idea que se convierte en el núcleo de toda la película: contar la historia desde el punto de vista de un fantasma. Pero lejos de usar este recurso para provocar terror convencional, la película nos pone en los zapatos de un observador mudo, un testigo de lo irremediable. No hay sustos repentinos ni apariciones espectrales diseñadas para sobresaltar, sino una sensación de impotencia que se instala lentamente.

El punto de vista subjetivo no es nuevo en el cine de género, pero Soderbergh lo lleva al extremo, haciendo que la cámara sea el protagonista silencioso. Como espectadores, compartimos la perspectiva de este ente invisible, condenados a observar sin intervenir. La distancia emocional de los personajes se amplifica con una puesta en escena fría y calculada, donde los planos largos y la composición milimétrica refuerzan la idea de aislamiento. Más que una película de fantasmas, Presencia es una historia sobre vínculos rotos y la desconexión en una familia que ya estaba fragmentada antes de que ocurrieran los eventos extraños.

La historia sigue a Rebekah (Lucy Liu), su esposo (Chris Sullivan) y sus hijos, quienes llegan a una nueva casa donde comienzan a suceder cosas extrañas. Pero el foco no está en la actividad paranormal, sino en el desmoronamiento de las relaciones familiares. Rebekah está obsesionada con el éxito deportivo de su hijo y deja de lado a su hija, quien enfrenta su propio duelo. Mientras tanto, el padre es un espectador pasivo, casi tan ausente como el propio fantasma que recorre la casa.

Presencia utiliza la figura del fantasma como un símbolo de lo que no se dice, de la incomunicación y del dolor que queda atrapado en el aire. La verdadera pregunta que plantea no es si hay vida después de la muerte, sino cuántas veces nos convertimos en fantasmas en nuestras propias vidas, incapaces de cambiar lo que sucede a nuestro alrededor.

La película puede recordar a A Ghost Story (2017), pero mientras Lowery exploraba la existencia espectral con un tono poético, Soderbergh opta por una mirada más analítica y distante, más cerebral que emotiva. Presencia no busca provocar miedo con trucos de sonido o sustos fáciles, sino que instala una sensación de vacío que persiste mucho después de los créditos. Es una de esas películas que te deja pensando, no porque resuelva todo lo que plantea, sino porque te obliga a convivir con su desolación.

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