Titane de Julia Ducournau.

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Luego de presentarse en Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el viernes 28 de enero llega a MUBI la película francesa ganadora de la Palma de Oro en Cannes.

Un escenario frío en un automóvil establece los temas que Julia quiere explorar en Titane. Una niña sentada en el asiento trasero, tarareando los sonidos del motor, su padre sentado en la parte delantera, molesto por los sonidos que emite su hija. La joven logra quitarse el cinturón de seguridad, el hombre se gira para agarrarla y el auto termina colisionando contra un muro divisorio. Cuando se detiene, un símbolo rojo gotea de la ventana del pasajero trasero y rápidamente vemos a los médicos colocando una placa de titanio en la cabeza de la niña. Años más tarde, Alexia (Agathe Rousselle) recorre el piso de una exhibición de autos, donde no solo se venden coches, también se vende sexualidad, con mujeres haciendo sensuales bailes sobre el capó de los hot rods, gesticulando a la clientela masculina con clara intención de excitarlos. Alexia ocupa su lugar en el capó de un coche en llamas, retorciéndose y lamiendo exageradamente el metal. Para ella no se trata de la mirada masculina o de intentar vender un coche a través del sexo. Su atracción es profunda y, más tarde esa noche, vuelve a colarse en la exhibición de autos, se sienta en el asiento trasero y se sacude desnuda, hasta llegar al orgasmo.

Antes de mostrar el deseo carnal vehicular, Titane presenta a Justine (Garance Marillier), una compañera bailarina que Alexia conoce en las duchas y sumariamente se enreda el cabello en el anillo del pezón de Justine. Lo que hubiera sido un encuentro extraño en una película diferente se convierte en un derramamiento de sangre cuando Alexia comienza una ola de asesinatos por la ciudad, que se da inicio con un fan agresivo que cree que Alexia es dueño de un auto. El primer acto de Titane rastrea su violencia en toda la ciudad con tintes de comedia negra tarantinesca cuando un asesinato se convierte en cuatro al aparecer otros habitantes de la casa aparecen en la escena del crimen. Una secuencia mezcla de violencia y humor al ritmo de “Nessuno mi può giudicare” de Caterina Caselli. A partir de aquí, Titane se podría haber convertido en otra película de asesinos en serie en fuga, con la policía acechando e informes de noticias rastreando sus actividades. Pero Ducournau vuelve a volantear y sorprendernos cuando Alexia ve el cartel de un niño desaparecido llamado Adrien que se parece un poco a ella. Entonces Alexia se cubre los pechos y el estómago, se rompe la nariz y es acogida por el padre de Adrien, Vincent (Vincent Lindon).

Ese frenético primer acto de Ducournau se ralentiza para convertirse en un estudio de personajes que coloca a la andrógina Alexia en un lugar de mayor peligro: su «nuevo» padre es el capitán de una estación de bomberos, un lugar de hipermasculinidad en el que Alexia (ahora Adrien) debe ocultar su feminidad. Es este mundo el que Julia desarma ladrillo a ladrillo; estos hombres musculosos cocinan, limpian y bailan juntos. En un momento, sus bailes se convierten en un pogo de cuerpos semidesnudos chocando entre sí en la forma heteronormativa aprobada del vínculo. En ese contexto, el cuerpo de Alexia guarda más de un secreto que, si se descubre, fácilmente podría conducir a la violencia. 

En su primer protagónico, Agathe Rousselle sorprende con un camaleónico papel, donde se siente vulnerable por momentos y en otros endurecida por la coraza metálica que la recubre. Pero también Vincent Lindon está a la altura, con un enigmático personaje, que no teme bailar lento con su «hijo» Alexia/Adrien, balanceándolo en sus brazos como un acto de amor conmovedor, donde los impulsos tóxicos masculinos se interponen cuando juega a abofetear a Alexia en la cara. Un momento de ternura interrumpido por sentimientos de insuficiencia masculina que bordea la línea entre lo que es el comportamiento masculino «aceptable» y lo que es una emoción real, algo que se va a repetir más de una vez en la película.

Por eso, Titane es un film que se puede configurar como un texto queer que examina la masculinidad tóxica, con la diferencia que también se da su tiempo para explorar la importancia de las familias elegidas. Al igual que sucedía en Raw, la ópera prima de Julia Ducornau, los lazos familiares vuelven a ocupar un lugar central, pero también nos planteará algunas preguntas necesarias sobre aceptación e identidad. De esta manera, con todo su contenido simbólico escondido debajo de la rareza de la historia, es una extraña y grotesca pero sentida película que deja muchos temas para debatir.

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