El Padre de Florian Zeller. Crítica

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Llega a los cines argentinos, la película protagonizada por Anthony Hopkins, nominada a seis premios Óscar y ganadora a Mejor Actor.

Anthony Hopkins se posiciona como firme candidato al Premio Óscar por su papel en El Padre.

La vejez, la demencia senil o el Mal de Alzheimer han sido abordados de diversas maneras en el cine. Reflejando el costado duro y doloroso en Amor de Michael Haneke; melancólico y triste en Nebraska de Alexander Payne; desde una mirada complaciente, en tono de comedia, en El Hijo de la Novia de Juan José Campanella. Pero más allá de la calidad de cada una de ellas, ninguna abordaba el tema desde una mirada en primera persona, o sea desde quien padece la demencia. Para tapar ese hueco y completar el póker perfecto, llega El Padre, adaptación cinematográfica de la obra de teatro del mismo director. La misma fue adaptada en Argentina en el 2016 por Daniel Veronese y protagonizada por Pepe Soriano y Carola Reyna.

Anthony Hopkins se pone en la piel de Anthony, un hombre de 80 años mordaz, algo travieso y que tercamente ha decidido vivir solo, a pesar de que su hija le recomienda una cuidadora. En la primera escena, Anne (Olivia Colman), la hija con la que vive (hay otra que se menciona con frecuencia, pero después nos enteraremos por qué no está), le dice que se irá a vivir a París con su actual pareja y que para eso deberá dejarlo a cargo de una enfermera, de alguien que lo cuide, tal vez una institución. A partir de allí el film irá articulando distintos episodios, en los que el hombre confundirá una y otra vez a los personajes con otras personas, mostrando que su estado es delicado, que no puede moverse dentro de la realidad sin extraviarse

De esta manera, el director logra no solo pintar a un hombre con lagunas y estados de desorientación, sino también a alguien que, junto a sus desvaríos y deformaciones de la realidad, muestra momentos de lucidez y una absoluta seguridad en su mundo que, en todo caso, siente es amenazado por quienes quieren cambiarlo. En distintas ocasiones él asegura que está perfectamente bien, que los que se  equivocan son los otros, esto permite que, en distintas secuencias, las conductas de ese padre, sus reproches, sus preguntas y sus iras provoquen reacciones de empatía, no solo porque es el más desprotegido, sino incluso porque se puede llegar a pensar que tal vez tenga razón y en verdad lo que pasa es que sus parientes quieren desembarazarse de él.

Con una extraordinaria interpretación de Anthony Hopkins (sería una injusticia que no le den el Óscar), uno logra estar en la mente del anciano. El actor logra sostener una composición que está llena de pequeños y sutiles detalles, que ofrecen a cada instante dramático la expresión exacta en el rostro o el cuerpo. El otro gran trabajo es el de Olivia Colman, cuya sensibilidad penetra hasta los huesos en el espectador. Pero, al igual que sucedía en Angélica de Delfina Castagnino, hay un tercer protagonista: el departamento. Aprovechando las dinámicas posibilidades del montaje cinematográfico, el director logra construir un espacio onírico donde parece simular la mente de Anthony. En cada plano veremos los cuadros en las paredes desaparecen, sillas distintas que irán cambiando de lugar, una ventana que poco a poco irá cambiando de paisaje; una manera de trasladar el desorden neuronal al espacio físico donde se encuentra la desfragmentada mente del anciano.

El cóctel de las potentes interpretaciones, una detallista dirección de arte dentro de una sola locación y el desorientador montaje , hacen de El Padre una experiencia inmersiva desgarradora. Se convierte en una especie de viaje mental hacía lo más profundo de la demencia senil o Mal de Alzheimer (nunca se nombra la enfermedad), logrando hacernos sentir en carne propia el sufrimiento de Anthony; cuyo pedido final de auxilio materno (como ese lugar donde nos sentimos seguros) resumirá de manera excepcional la fragilidad ante la mortalidad del ser humano.

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